junio 02, 2012

Drama


Si usted puede escribir los versos más tristes esta noche,
por favor no lo haga.(Ramírez Jaramillo, 2011)




Yo nací para ser una buenavida; eso está claro. A mi no me gusta sufrir, ni me gusta la gente que se vive enfermando, o que se queja por todo lo de su vida (con ese placer que les da a unos creer que eso les da puntos para su vida celestial, y a otros pensar que con eso le están abonando unas cuoticas al karma).  Pero  cada tanto (tal vez más frecuentemente de lo que yo quisiera y de lo que se recomienda en general para una vida tranquila) se me sale, y con toda la fuerza, mi drama queen interior.  Es tenaz. Yo intento domarla, pero hasta ahora no he podido.  Yo, que si abro la nevera tengo un montón de comida (es mentira, claramente solo hay dos arepas todas tostadas y retorcidas porque llevan como dos meses ahí, pero pues es por desidia mía), que tengo una covacha muy cómoda para vivir, los papás más cool del mundo, la familia más buenaonda que uno pudiera tener, un chico super máximo que me adora y que yo adoro,  un trabajo imperialmente bueno donde nadie me hace la vida imposible, que puedo caminar, respirar, ver, o bueno, ponerme los lentes para poder ver, tocar, escribir, llamar, querer... yo, que tengo y soy todas esas cosas, a veces me vuelvo un ocho con cualquier cosa, y solo quiero llorar y hacer drama y mirar para el piso. Claro, no es que nunca tenga líos y que mi vida sea perfecta.  A veces los líos míos son bobos, otras veces no tanto. He vivido cosas (pero pues no me da para ser darks). He tenido penas/que hieren muy hondo, y que tal vez por mi hipersensibilidad hieren más de lo que debieran.  No sé siquiera para qué escribo todo esto: yo creo que es para ver si se sale todo lo que me acongoja y para recuperar la cheveridad perdida.


Ve, lo de cheveridad e ilusiones perdidas me acordó de Monterroso, que  en uno de sus cuentos tiene un párrafo que amo: 

"Cuando uno recibe un golpe de la vida uno dice: bueno, finalmente, este golpe de la vida es el último, porque ahora sí me voy a morir de tristeza; pero luego viene otro que hace olvidar el anterior y así hasta que uno acumula tantos golpes de la vida que es como si llegara a la cima de un cerro formado por golpes de la vida; pero de ahí en adelante comienza un como descenso y, si uno baja con cuidado, los antiguos golpes, es cierto, aún duelen, pero tal vez a uno hasta le guste recordarlos para sentir que uno todavía está vivo, que de cualquier manera uno no se murió".

No sé.  Tanta bobada y emosidad puede ser, como dicen unos, pura falta de rejo.  O el litio.  O cualquier descalabre bioquímico por ahí.  Tranquilos, que no recurriré ni a Coelho, ni a Deepak Chopra, ni me dará un ataque místico, ni nada de eso. Para qué, si siempre podemos recurrir a la sabiduría del merengue:

Merengazo doble función: bailoteo y superación personal


Lo que me consuela es que, de verdad, mientras uno todavía pueda reírse de uno mismo y de sus bobadas, todo tiene arreglo.  Yo creo que es posible, con más Platón, menos Prozac y más chocolatina Jumbojet.  Por el momento, seguiré con una de mis frases de cabecera:  "Pídaseme valor, pero que me quede siquiera el derecho al pataleo".