diciembre 28, 2013

Quince

A Ximena y Gustavo
por ser los mejores papás de la vida
y a la tía Olga por el regalo tan genial que me dio.


La mejor fiesta de quince del mundo fue la mía.  

Tenía una camisa de cuadros rojos y blancos, de una tela licrada, espantosa.  Estaba estrenando un bluyín comprado en la tienda más prestante de la municipalidad: Stop  (acá paro un momento para decir lo que siempre se dice cuando se habla de los bluyines de Stop:  "como horman de bonito").  Los zapatos eran unos zuecos negros que yo creo que no han podido dejar de existir.  Fui a la peluquería en compañía de mi señorita mamá, y Memín, el estilista, mientras me peinaba, me mostraba un álbum de cuán hermoso había maquillado a varias quinceañeras contemporáneas mías.  Todas las jovencitas del colegio que me caían mal.  Claramente, por pura rebeldía adolescente pendeja puro orgullo, no me dejé echar ni un ápice de maquillaje.  

Mi papá hizo la torta.  El decorado era muy chistoso, con esa mezcla lista de Betty Crocker que venía en tarritos, hojuelas de maíz y uvas.  La comida la hizo mi amada Ova, la señora que me cuidó cuando era pequeña,  que me cantaba a mí y a las matas siempre (y miren na' má' como florecimos de bellas), y que, a pesar de un día haberme dejado metida en mi corral, afuera, en el patio, bajo el inclemente clima del bosque de niebla en que residíamos, yo amo con gran principalidad.  A ella y a su cazuela de pollo y multivariedades de cositas, que, precisamente, fue lo que cocinó ese día.  

Fueron mis primos, mis tíos, mis amigas, unos amigos de mi mamá y mi papá, y yo estaba feliz.  Estábamos en el comedor, mientras Jose ponía música, y hablábamos bobadas, como es menester siempre en las reuniones sociales.  Cuando de pronto, sonó un estruendo miedosísimo en la sala. Yo me asusté un poco, y no distinguía bien qué era, hasta que, afinando bien mis levemente hipoacusiosos oídos, logré distinguir las notas del Cumpleaños Feliz emitidas por una tuba. Fui hasta la sala, y no estaban las mecedoras de mimbre ni la mesa con los libros que Villegas Editores publica precisamente para decorar salas.  En su reemplazo, estaban los cuarenta integrantes de la Banda Municipal, y de la tuba, blanca, marca Júpiter, que con letra mayúscula sostenida tenía escrito AGUADAS en la parte superior de la campana, era de donde salían esos sonidos. 

No me acuerdo muy bien cuál fue el repertorio.  Seguramente muchas tropicalidades y alguna jazzada en arreglo para banda musical juvenil de pueblo.  Pero a quién le importa qué canciones fueron.  Lo siento por ustedes, quinceañeras a quienes les llevaron tríos, o cantante con sintetizador para el vals.  En mi serenata de quince hubo oboes, fliscornos, tubas, trombones, saxofones, piccolos, flautas, un bombo y una raspa.  Y porro (y gaita) a cascoporro.  Y nada de maquillaje.  Y mucho amor, mucho, tanto, tan reconcentrado y tan dulce como la Betty Crocker Rich and Creamy Chocolate Frosting.


noviembre 20, 2013

Perdón

 Personalmente pienso que una vida dentro del odio es una vida desperdiciada.
Es como entrar en ese círculo vicioso de quien te hace daño.
Es una forma de insubordinación, intentar ser feliz a pesar de.
(Bermúdez Castañeda, 2013)


Desde hace como un año y medio, mi banda sonora de los preparativos previos a partir hacia el trabajo es la PacificRubialEstéreo   la W.  Es un tiempo en que, mientras espero a que se me seque la humectante corporal, puedo renegar, renegar y renegar y hablar un poquito con J. sobre  la realidad nacional. Oyendo a la gente que llama a dar sus opiniones, me impresiona mucho la cantidad de personas que quieren acabar la guerra a bala.  Y en general, todo lo del proceso de paz me ha hecho pensar en un montón de asuntos.  El primero es que sí, que realmente yo pienso que esa es la manera menos mala de acabar con esa fracción del conflicto.  Que con eso, veremos que nuestra guerra no se va a acabar, porque realmente proviene de la desigualdad social. Que también, con eso, vamos a dejar de tener una excusa para justificar nuestra incapacidad de identificar y resolver los problemas que tenemos.  Pero también pienso que es muy difícil el proceso de desmovilizar y reinsertar, y sobre todo, el de ceder, perdonar y olvidar.  Porque acá cualquier esfuerzo por resarcir es insuficiente.  No se van a regresar los muertos a la vida, no se van a devolver los años perdidos de los secuestrados, ni los paisajes y sitios hermosos que se  dejaron de recorrer o las cosas que se dejaron de hacer por miedo1.  Y tristemente, no se va a lograr una reforma agraria ultraefectiva y la disminución de la desigualdad y la brecha social.

Pero bueno. Vuelvo al punto que más me ha hecho darle vueltas a este asunto:  perdonar.  ¡Qué cosa tan difícil! Es que, en serio, ¿uno cómo hace para borrarse la marca de una ofensa, y decir, listo, ya, no me importa, que se me olvide, sean felices todos?  ¿Cómo se logra ese estado tan superior de vibración2?  Leí algo al respecto que me caló bastante, y es que, antes que perdonar, uno lo que hace es decidir no vengarse.  Eso sí es más fácil.  Y uno hasta puede encontrar ahí un refugio para su ser herido por la ofensa.  Y es el hecho de sentirse bueno por haber resuelto no tomar represalias.  Un pequeño gran placer de superioridad moral.  Pero perdón, perdón real, no es.  Yo he sentido eso un montón de veces, y no me enorgullece, claramente me da un poquito de desilusión de mí misma, porque yo me creo muy buenita y a la final todo se convierte en un asunto de ego.  Entonces, una manera que yo he encontrado para tratar de acercarme al perdón, de una manera un poco mejor para mí, es intentando ser muy zen pensando en que, la verdad, nada es tan trivial, y a la vez, nada es tan importante.  Para eso me sirve pensar en que no soy la única a la que le pasan cosas, que realmente yo vivo en general muy bien.  Y también ver este video:

                                                         "Se siente uno tan insignificante, ¿no?"

Claro, claro.  Eso me sirve a mí.  A mí que no me ha pasado nada en la vida. Tomar así las cosas me ayuda, y la verdad, siento de esa manera puedo manejar mucho mejor el asunto del perdón y puedo vivir, y tranquila, y hasta se me olvidan las cosas.  Pero, a alguien a quien le hayan matado los seres queridos, a quien hayan violado, a quien hayan desterrado de un sitio, a alguien a quien hayan secuestrado, ¿eso le sirve?  No sé, no sé y me da mucho desespero conmigo por no llegar a ningún punto.

Pero bueno, sigo pensando en que la venganza no es la solución. Así no se perdone, irse a acabar con el otro no resarce nada, no repara nada, no soluciona nada.

Como siempre, concluyo que no sé nada, pero no me voy a ir a tomar cicuta por eso.  Así somos los aguastibias.com.


1Yo no me imagino lo que debió haber pensado y sentido mi papá al poner los tres pares de boticas de caucho cerca de la puerta de la habitación de atrás, para que no nos picaran las culebras al salir corriendo por la huerta de la casa, si la guerrilla se entraba. Y sí recuerdo el estrés permanente de toda la familia por la tía que vivía al lado de la Caja Agraria.

Siempre me ha impresionado la frasecita en el Padrenuestro que dice “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.  Me llama mucho la atención esa declaración, como tan segura, de que nosotros, los mortales, perdonamos a los que nos ofenden. O no sé si más bien es una condición que se nos pone (“Dios la perdona  si usted perdona a los que la ofendieron”). 

julio 21, 2013

Más Youtube y menos prozac


A los problemas dígales: 
¡no me importa!
Luthiers, Les.  1996


¿Qué sería de nosotros, los estrato tresymedio, que tenemos todas las necesidades básicas satisfechas, pero que no somos tan pudientes como para sufrir por la declaración de renta o por vivir bajo amenazas de secuestro,  sin las penas de amor? ¡Qué vida aburrida sería la nuestra! Nuestras disyuntivas serían sosísimas: ¿compro pan integral normal o del que tiene nueces y cereales?  ¿Bandeau o halter?  ¿Leo primero a Daniel Samper Ospina o a Héctor Abad Faciolince, a ver cuál me saca la piedra más rápido?.
Además, ¿cómo sabría uno que no está muerto en vida, si no pasa por lo menos una o dos horitas desvelado, llorando, abrazando un peluchito, o sufriendo mientras entra el viento por la ventana, porque a él le encantaba que nos cubriera esa brisa salvaje mientras veíamos la tele?

Pero hay que seguir viviendo.

Se pueden emprender muchas terapias para reencontrarse con uno mismo y para curar un poquito las heridas del alma.  Con muchas de ellas, la gente se vuelve toda súper positiva y con pensamiento óptimo caribe sempiterno. Lo malo no es eso, sino su necesidad de restregarle en la cara su superación personal al resto de mortales, que vibran en un nivel más bajo de conciencia. Nos miran con sus ojos de trabados con Okay y con su superioridad moral de profesores de yoga.   Pero no importa, porque nosotros los mortales, la gente común, que ríe y llora porque a cada cual le llega su hora, tenemos las verdaderas terapias alternativas.

Las mías son estas:











Oír música feliz, ayuda.  Nada de Radiohead ni Darío Gómez.  Eso solo lo hunde a uno más en el abismo.    Ver videos tiernos de animales bebés en Youtube, también ayuda. Y no lo digo yo, lo dicen los japos:  http://www.biobiochile.cl/2012/10/02/estudio-postula-que-ver-imagenes-tiernas-de-animales-mejora-la-concentracion.shtml  (no sé si realmente mejora la concentración, pero por lo menos uno saca la ira del corazón mientras ve pandas bebés jugando en la nieve).

Bueh.

Sobreviviremos. 

Esto también pasará.






julio 18, 2013

El quesito de la mamita o dos casos especiales de diminutivos en el español colombiano paisa.



"Forjen déspotas tiranos"
El Canto del Antioqueño
Mejía, Epifanio.  1868

Incontables anécdotas se relatan, en cuanta reunión social hay, acerca de las diferencias dialectales del español de nuestro país.  La arrechera de alguien puede escandalizar o atemorizar.  Ya sea sustantivo o adjetivo, chimbo puede sonrojar señoras o alertar a la DIAN. Tener una canilla abierta, en algunas partes, conduce a altísimos gastos médicas, y en otras, a onerosas cuentas de servicios públicos.  Acá usted puede llenar un álbum con caramelos o monas, imagínese.  El tema es chévere, y a mí me gusta tratar de pensar de dónde salen esas expresiones (gracias a mi libro de Etimología para Dummies).  Pero hay un asunto particular del español colombiano paisa, que me llama mucho la atención, y es el uso del diminutivo, no en su función apreciativa, " para denotar disminución de tamaño en el objeto designado", sino para diferenciar dos sustantivos, específicamente en los casos queso/quesito y mamá/mamita.

Caso 1.  Queso/quesito.
Todos sabemos lo que es un queso.  Un queso es como una luna, se sabe.  Es un derivado de la leche con cierto grado de maduración.  Pero en Paisolandia, un quesito no es un queso pequeño, no.  Para el quesito, se prescinde completamente del paso de la maduración:  leche, cuajo, y listo.  Se obtiene una masa semisólida, blanca, blanditica, salada, fresquecita y deliciosa, que no sabe uno si untarla, o dejarla con una configuración geométrica definida, sobre un elemento carbohidrático tipo arepa o pan.


Caso 2.  Mamá/mamita
Para decirlo sin rodeos, una mamá es una señora que tuvo a bien traerlo a uno al mundo, muy a pesar de uno, y una mamita es la mamá de esa mamá.  La agüelita.  La nona, en santandereano (según Etimología para Dummies y yo, el "nona" proviene de "nonagenaria"). El punto esencial de esta discusión, es que acá se refleja la incongruencia que caracteriza a la especie humana, y, particularmente, a la nacida en estas montañas andinas del centro de Colombia: en el caso 1, el queso era viejo y el quesito joven; acá, la mamá es más joven que la mamita.  

Vemos, con los dos casos presentados, que el elemento edad configura un papel esencial en la diferenciación con diminutivos del español colombiano paisa, pero no sigue unas reglas claras.  Su uso contradictorio probablemente tiene sus orígenes en el antiguo lema del "confunde y reinarás", desafortunadamente muy practicado entre los habitantes de Antioquia y el Eje Cafetero, y también (es solo una hipótesis), es un reflejo de nuestra arraigada incoherencia, que lleva a que acá haya tantos pobres que extrañan las carnitas y huesitos de Uribe, tantos gays fanáticos de la iglesia católica, un título de la ciudad más innovadora del mundo y al mismo tiempo un Gini de más de 0.5. Y un barrio llamado Pablo Escobar.


marzo 21, 2013

Coincidencias

Los caminos de la vida
no son como yo pensaba,
como los imaginaba,
no son como yo creía.
(Geles, O. 1993)

A mí me causan especial fascinación las coincidencias.  Unos tratan de darles explicaciones bastante new age, diciendo que son fruto de fuerzas desconocidas del universo, y que traen consigo mensajes que se escapan a nuestra comprensión.  Otros hablan de Schopenhauer y de Jung, de las sincronías, de la causalidad y la acausalidad (yo no puedo hablar de eso, porque para hablar de algo hay que haber leído más de lo que aparece en Wikipedia).  Y bueno, otros tratan de quitarle al asunto todo misterio o fantasía con teoría de azar, de la probabilidad, y un montón de teorías horribles que me recuerdan la tesis que no estoy haciendo por andar en la tortuosa, culposa y deliciosa senda de la procrastinación.

Siempre que pienso en el asunto de las coincidencias, se me viene a la mente don Auguste Dupin en Los crímenes de la calle Morgue, en el momento en que parece adivinarle el pensamiento al amigo.  Luego le explica que no fue una coincidencia, sino que estuvo observándolo detenidamente, tratando de seguir el hilo de sus pensamientos, y así le enseñó su manera de desentrañar misterios.  De ese cuento me gusta esa manera tan sobradita de mostrarle su inteligencia al amigo y esa manera tan sobradita de renegar del ajedrez. Pero lo que más me gusta es, claramente, ver todo lo que hay detrás del instante en que Dupin le dijo al amigo exactamente lo que estaba pensando.   Que no fue un asunto fortuito.  Y pienso que mi encanto especial con esa historia debe provenir de mi fascinación hacia las señales de la vida.


Yo creo que muchas de las cosas que me pasan, no salieron del azar, de la nada.  Que sea el karma, Jesucristo, el destino, o simplemente expresiones de la sábana, no importa. Pero me encanta cuando algo llega a mi vida y yo tengo esa sensación en alguna parte de que era algo que efectivamente debía pasar, que yo debía vivir eso.  Es como cuando estoy apoyando el capitalismo  y el consumismo mirando vitrinas,  y de pronto veo un vestido hermoso en mi talla, que no es tan usual, y siento esa pulsión de comprarlo. Es como cuando conozco a alguien con mi misma malditez capilar, mi mismo amor por las Nervocalm ®, gotas y grageas, mi misma sobradez y visajez, e incluso mis mismas cicatrices en regiones ocultas para Ra,  y siento esa pulsión de entregarle mi corazón.


El amor eterno es bonito, así dure entre tres y diez meses.

A esas coincidencias/señales de la vida, es muy fácil hacerles caso, y ponerles un halo de misterio todo chévere que las hace irresistibles de seguir, de incorporar al alma de uno. Y bueno, a veces lo llevan a caminos en que uno no quería estar. Caminos de la vida que son muy difícil (sic) de andarlos, difícil (sic) de caminarlos, y ahí va uno, con su costalado de fuerza, vainas chéveres, ojalás, tristezas y alegrías, tratando de encontrar la salida.




marzo 09, 2013

Dígame

Dígame, dígame de verdad yo cómo voy a hacer para dormir, si usted, bajo mis siete colchones, me dejó un guisante del tamaño de Eurasia.

No puedo patalear ahora, porque el propio Bernardo Sombrosa, muy a tiempo, me lo advirtió.  Crudamente, como es su estilo.  Crudamente y con su sombrero gris de ala cortita, como es su estilo. Me lo dijo en mi cara y por teléfono.  Y es que no hacen ya zapatillas de cristal. Y el rescate de altas torres mediante largas cabelleras, no cumple la resolución 1409 de 2012.Y los enanos se dedicaron al toreo y a rescatar pitbulls, lo que disminuye ostensiblemente la probabilidad de que construyan una urna llena de místico perfume para resguardarlo a uno mientras reposa, inconsciente, por intoxicación involuntaria.

Pero sí me dijo, clarito como el cristal de las zapatillas que ya no hacen, que mirara qué iba a hacer cuando la nada empezara a tratar de asesinarme de a poquitos.  Que yo, la Emperatriz, no me podía dejar morir.

marzo 03, 2013

Diez

Mientras más veo el mundo, mientras más hombres encuentro,
mientras más libros leo y mientras más preguntas respondo,
vuelvo con una convicción más profunda a los lugares donde nací
y donde jugué en mi infancia; cierro mi círculo como un pájaro 
que retorna a su nido. Tal es para mí el fin de todo viaje y sobre todo
el del más grande: la vuelta al hogar.
Chesterton, GK.


Fue un lunes en un bus de Expreso Sideral.  

Estaba tristísima, porque había pasado el fin de semana en casa de mis papás y debía regresar a Medellín, a la U, a esa caminada hasta el metro que me daba un desasosiego espantoso todos los días, a esa sensación de vacío infinito y de despertarse como colgado de la nada, para nada, sin sentido de nada. Esa sí era la desazón suprema (y no la de ese viejo reneguetas Fernando Vallejo).  Y de pronto pasó por la carretera Santiago Botero con un maillot fucsia, seguramente del Telekom.  Me dio una alegría pequeña y reconfortante.  No sé bien por qué fue, pero creo que tuvo que ver con algo que siempre he hecho, que es buscar como confirmaciones de mis asuntos en cosas pequeñas que veo o que me pasan. Coincidencias. Señales de la vida. Como sea.

Llegué, me bajé del bus en la estación Itagüí, me comí un pandebono en esas caseticas que hay debajo del metro por Mayorca, y me fui directo para la U porque tenía justo el tiempo para entrar al primer laboratorio de ese semestre.  Luego regresé temprano a la casa, prendí el radio, y sin dudarlo ni un momento, empecé a empacar todas mis cosas.  Solamente tenía unas bolsas transparentes y ahí fui poniendo todo.  Libros. Los patines. Un tiburón de plástico, rojo.  Mi ropa gigante y horrible de quien trata de esconder un embarnecimiento súbito.  Fotos.  Las ediciones de la revista de la Facultad en que aparecía mi nombre (como auxiliar, claramente). La Biología de Villée, junto con el Álgebra Lineal de Grossman y otras degeneraciones usuales que solamente publica McGraw-Hill.  Me sentía feliz, fuerte, tranquila. Yo creo que fue igual a cuando mi mamá, de pequeña, cuando estaba en el internado, esperó a mi abuela y a mi tío, que iban a visitarla ese fin de semana, con su colchoncito enrollado afuera, "porque no voy a volver donde esas monjas locas que lo hacen bañarse a uno con agua congelada en este frío a las cinco y media de la mañana".

Me recibieron unos días donde Patri, que vivía en la casa de Mon y Velarde con Echeverry.  Mi papá estaba un poco bravo conmigo, pero igual se vino para Medellín y entre los dos escogimos el piso para la casa nueva.  Perfecta para el camuflaje de la mugre, "porque yo no voy a barrer diario, papá, tú sabes que no".

Y listo.  Con mis bolsas transparentes, la neverita pequeña que me prestó Patri, una cama que me trajo mi papá, llegué a habitar esta casa.  La casa.  La de los tres. La casita, la covacha.  Es pequeña. Los acabados son feos.  Los muebles son de supermercado, menos el del comedor, que es herencia del vecino ruso de mi mamá.  Pero le entra un viento delicioso, especialmente por la ventana de mi habitación. Del balcón, puede uno, como pasatiempo, buscar las letras de Coltejer, que ya se camuflan entre las casas de Llanaditas.  De la otra ventana se ve el recorrido extremo de los Coonatra por Girardot.

Es una casa buena.  Amo que se note que acá vive gente, porque si hay algo que  deteste en el mundo son esas casas asépticas, que parecen apartamentos modelo, bonitas pero sin esa marca de la gente, casas que bien pudieran estar en cualquier parte o ser de cualquier persona. Es que ese es el asunto. Yo creo que quiero tanto esta casa porque pienso que se parece a mí.  Dos libros visajosos, maricadas de plástico, desorden, adornitos lindos, mañesadas, y residuos de mirella perennes en las juntas de las baldosas.  Tranquilidad.  Y adoro esa sensación de familiaridad que me da, de estar donde se debe estar, que es tan reconfortante.  Pensé en abandonarla hace poco, por otras fuentes de esa agradable y amorosa sensación. Pero la vida actúa de maneras misteriosas, que generalmente nos demoramos en comprender (si es que alguna vez lo hacemos) y por eso continúo acá, con las mismas imperfecciones y vainas chéveres de esta casa.  Quién diría que ya llevo diez años acá. Todo empezó el tres de marzo de 2003. 3-3-3. Fue eso, fue otra señal de la vida. Decidido. Libre como el viento y feliz. 

febrero 26, 2013

Canciones

Ya estoy cansado de cantar canciones de amor 
Ellas solo hablan de despecho y de traición 
Pero pocas hablan de la rumba y del sabor que te traigo yo
(33, La.   2004)



Cuando uno tiene el alma zaherida, casi todas las canciones se convierten en una tortura. Es que, mejor dicho: casi todo es una tortura. Yo lloro hasta mirando el adoquinado de la calle y el amoblamiento urbano en general.  Lloro con las carretas de frutas, las tortuguitas y dinosaurios de plástico de los baratillos del centro, con los avisos de Se Arrienda, los pandeyucas de Versalles, incluso con la cocacola Zero.  Pero lo peor, lo que entierra aún más dentro, muy dentro, como un implante, el hacha que astilla este loco, ciego y loco corazón, son las canciones. Todas. No hay género que escape de las garras del desamor y del desengaño; y lo que buscan, desesperada y desesperantemente, es desquiciar de manera desmedida a los destrozados y desasosegados corazones despechados, con la destructiva desazón que despiertan sus desgarradoras letras.

Por eso, la profesora de yoga que reside en mi interior, a través de la repetición constante del johnsonyjohnsoniano mantra  "no más lágrimas", ha decidido parar esto, y dedicar los esfuerzos en encontrar líricas constructivas, que ayuden a dejar atrás los dolores del pasado y a sanar las heridas, conservando el power, el style, la ginga, el tumbao y  el flow,  incluyendo elementos que ayuden al aprendizaje, que aporten un pequeño avance en la senda del conocimento. Así entonces, solamente oiré canciones que no tengan nada que ver con amores ni desamores; canciones que hablen de otros asuntos de la vida.  Pero no cosas pendejas, como Gasolina de Daddy Yankee, o Benzin, de Rammstein, que dicen aproximadamente lo mismo (por lo menos en el corito).  No.  A mí me gusta la profundidad. Aprender. Aprehender. De la vida. De la historia.  Por eso lo mío son las canciones instructivas. Como Rasputin, de Boney M; como Rock Me Amadeus, de Falco, o como  Waterloo, de Abba (sí, esta habla de amor pero se le abona su componente didáctico).  Ahí, al compás del muy máximo género disco, mientras uno hace ejercicio aeróbico y segrega dopamina, que le colabora con aquello de la mejora del estado de ánimo, va uno aprendiendo sobre cómo fue el asunto con Raspu y los Romanov, especialmente con la zarina Aleksandra, y cómo fue la matada con veneno y posterior balazo, porque no se moría el viejo ese. Fijo estaba cerrado. Y también aprende uno sobre la vida de Wolfguitang en Viena, donde era el chico más popular de la prepa, aunque con deudas y problemas económicos, quién diría, un prodigio de esos.   Y también Anni Frid, Björn, Benny y Agnetha ilustran sobre la rendición de Napoleón ante el duque de Wellington.  Genial. Máximo. Aportante. Culturizante. A todas luces, constructivo.  Bello, regio, principal, excelente.

Ahí sí, lo que hay que tener es cuidado con lo que uno oye. Criterio. Criterio y wikipedia, o para los que se apegan al pasado, el Pequeño Larousse Ilustrado. No sea que uno oiga el vallenato aquel de quiero ser un Miguel Angel con pincel en mano y hacer de ti otra Mona Lisa y decir que tienen la misma mirada, y le quite a DaVi, así, de una, los créditos de la obra por la que más van a visitar el museo ese que queda en la ciudad esa de la torre esa y los clichés esos.




febrero 11, 2013

Rodya


Y es para ti, Yulexy
(Estrada, Julio Ernesto, 2000)



El joven rechazó el vaso y, en voz baja y entrecortada, pero con toda claridad, hizo la siguiente declaración:
-Fui yo quien asesinó a hachazos, para robarles, a la vieja prestamista y a su hermana Lisbeth.