diciembre 30, 2011

2011

Y sí, llegó el día en que es válido decir "se acabó este año".  Siquiera, porque estuvo muy movido y muy difícil.

La vida se encarga de aterrizarlo a uno cada cierto tiempo.  La vida enseña.  Este año aprendí mucho.

A principio de año mi papá estuvo muy grave;  le dio un infarto, lo operaron del corazón y estuvo hospitalizado un mes y medio.  No nos había tocado nunca eso: ese trajín diario de visita a cuidados intensivos, con esa asepsia a veces tan hostil, el tiempo tan limitado, tener que dejarlo solo en ese hospital el 31 de dicembre, llevarle la piyama, ayudarlo a cambiar, hablarle a pesar de que estaba completamente ido por la morfina, intentar entenderle lo que escribía en una libretica porque no podía hablar. A mí nunca se me pasó por la mente que se pudiera morir, no sé si era un optimismo exagerado o un miedo tan terrible a que pasara que bloqueó siquiera que ese pensamiento surgiera en mi cabeza, pero bueno, menos mal se recuperó bien y acá está el Tavo, "dando lidia", jodiendo la vida y "botando caspa", como dice él.

Este año me dio durísimo la maestría.  Yo, tan acostumbrada en la vida a entenderlo todo tan fácil, a "cogerlas en el aire", me di cuenta de que para esto sí se iba a necesitar mucho más esfuerzo cerebral, y lo triste es que, hasta el momento, me pudo.  No me dio.  No fui capaz.  Este año me toca renunciar a mi buena vida usual, y volverme la ñoña más ñoña de Colombia para poder terminar la tesis y graduarme.  Lo que más me afectó de todo esto es que ese era precisamente el aspecto en que yo me creía más fuerte: el académico.  Y resulta que no; esa fue la aterrizada de la vida número 527.  Hay que agradecer esas aterrizadas y esas bajadas de humo; lo vuelven a uno más buena gente y menos fastidioso.

También fue movidísimo sentimentalmente.  Amor, corazón roto, amor, corazón roto, mucho amor, corazón partío.  Volví a vivir vainas muy bonitas, volví a tener esa sensación impresionante que lo lleva a uno en unos momentos a preguntarse si de verdad son dos personas o es una sola pegada (suena idiota y cliché pero lo he sentido; es real), di muchos besitos y me dijeron "bonita" muchas veces.  Pero también sentí de nuevo un montón de tristezas que creía superadas o que nunca iba a volver a vivirlas, lloré muchas noches y me tuve que poner hielo en los ojos muchos días por la mañana para poder ir medianamente compuesta a trabajar.  Eso sí: nunca dejé de dormir ni de comer.  El día en que me de insomnio o que yo no desayune, ese día sí es que estoy jodida.  

En mayo me operaron de las piernas.  Me sacaron una vena de una y me desconectaron una vena en la otra.  Tengo 26 años y esa es una operación que normalmente se la hacen a señoras grandes.  Mis pobres venas están muy jodidas, y eso me condenó a usar para siempre unas medias espantosas que aprietan y dan calor pero que son lo único que me puede ayudar a que cuando yo sea una señora grande no esté absolutamente jodida de las piernas.  Bueh, menos mal me fue muy bien en la operación y mi papá y mi mamá y mis amiguitos me consintieron durante 20 días como es debido.

En junio conocimos a Gabriela, la nueva integrante de la familia, la hijita de Jose.  Tampoco había tenido un bebé tan cercano, y la verdad me gustaría mucho que Gabriela fuera más cercana, pero no está en esta ciudad y eso complica las cosas.  Que la niña crezca bien y que sea una mujer feliz es lo que todos queremos.

Este año se murió Clarita, mi tía.  Nunca se había ido nadie tan cercano. El único muerto cercano que me había tocado era mi Nonita, pero pues con las personas viejitas uno espera que eso pase: ya han vivido, ya han cumplido con su  su período acá.  Pero Clarita era una persona llena de vida, alegre, que después de trabajar mucho tiempo arreglándole los dientes a millonadas de gente en el sur de Bogotá, se dedicó a sus manualidades, a su casa, a ser feliz cantando como Julie Andrews.  Tan bella. Se pintaba su boquita de rojo y se ponía sus zapatitos coquetos talla 35, se reía mucho y no se le entendía nada cuando hablaba por teléfono.  Yo todavía como que no caigo.  No puedo creer que ya no esté.  Ver de cerquita que sí, que es cierto, que es lo único que todos compartimos, que un día vamos a dejar acá la cascarita pudriéndose y lo otro se irá al cielo/se irá para otro cuerpo/se extinguirá en ese instante, es impactante.  Yo solamente doy mil gracias porque la de Clarita fue una buena vida; nos hizo felices a muchos y fue feliz ella muchas veces.  Que la fuerza que tuvo ella siempre se quede con nosotros ahora, para aceptar, con tranquilidad, que se fue, y que todos se van a empezar a ir, y que nosotros también vamos para allá.


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Ahí perdonarán;  este es el primer post medianamente serio de este blog. Mi norma es que los posts serios no sumen más del 10%  del total.  Es que la verdad, a mí me desesperan mucho los blogs emo, los blogs emo con poemas, los blogs que hablan de lo difíciles que son las relaciones interpersonales y los blogs de gente trascendental (porque la gente trascendental me sabe a mierda, como dice Lala).  Para escribir de todas esas bobadas tengo mi diario, donde apunto mis estados de ánimo y mis vivencias adolescentes estilo revista Tú.

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Los quiero. Feliz año, mijitos. 

noviembre 30, 2011

De tirones y marrones

La belleza duele horriblemente.  Es una triste realidad, que comprobé por primera vez a la  tierna edad de cinco años, cuando pedí que me hicieran unas trenzas pues iba para el desfile de la banda marcial de mi escuela.  La señora de la farmacia dijo que me las hacía, y mi mamá me llevó.  Mil tirones de pelo, trescientos ganchitos, laca, cintas, enredos, lágrimas, y el resultado final:  una niña coquetamente peinada y con lifting facial instantáneo, generado por la fuerza con que estaban atadas las trenzas. 

Esa vez, mientras me hacían las trenzas, me me repetían “el que quiere marrones aguanta tirones”, como para que no llorara. Pero yo no entendía ese refrán. Es más, ahora que lo pienso, todavía no lo comprendo. Es decir, yo sé qué significa, pero ¿cómo así que marrones? ¿Qué son los marrones? Para mí el marrón es un color (que, para qué jodemos, no le decimos marrón, sino café).  ¿Qué tiene que ver el café con los tirones?  ¡Que alguien me ilumine!


a.  Con triángulo y sin trenza    b.  Sin triángulo, con trenza y con batuta. 


En la preadolescencia, ese estadío de desarrollo tan asqueroso en la especie humano, Laura me dijo, con cara de asunto serio y grave, que tenía bigote y que era imperativo quitármelo con cera. Ahí me pusieron el genial apodo de “Luly Bossa” (por mi bozo ‘e lulo, no por cosas, digamos, ¿más chéveres?). Y me hicieron la cera.  El procedimiento es el siguiente: a uno le untan en la región mostachil una pasta espesa caliente, con un bajalenguas. Luego, encima de esa pasta, ponen un pedazo de tela. Después se espera a que se endurezca un poco esa pasta, y esos son los minutos más eternos de la vida. La tensión pre-arrancada se apodera del cuerpo, el corazón se acelera, las manos “sudan  frío”. Ahora agarran la telita y la jalan sin piedad. Sale una lágrima única por el ojo respectivo, que uno se limpia con dignidad.  Al mirarse uno en el espejo, donde antes había pelitos ahora hay piel enrojecida, pero eso sí, lampiña. 

Los 13 años no fueron mi época, definitivamente.  Muchas cejas, mucho bozo
y un buzo de Winnie Pooh. D:


Esa obsesión por la lampiñez yo no la entiendo. O más bien, no la quiero entender.  Ustedes se imaginan, si eso es la quitada del mostacho, ¿cómo será en otras regiones?  Por eso mi campaña, no muy apoyada oficialmente por amplios sectores de la sociedad, pero en silencio compartida por muchos, es la siguiente:


 Yo no estoy diciendo que la gente sea descuidada y no pode sus múltiples peludencias. A mí el bosque húmedo tropical submontano bajo no me parece chévere, (mi otra campaña es “dejemos a los hippies en 1960”), sino que, de verdad, ¿hasta qué punto es necesario autoinfligirse ese tipo de dolor?   ¿No es suficiente sufrimiento con tener que compartir país con Pirry , Voldemort y Jota Mario Valencia, y tener que oír en los buses los chistes del chichicuilote de la emisora Oxígeno, como para uno añadirle esos padecimientos tan terribles?

Acá los chicos de Negrorobot mostrándole al mundo los malos chistes del chichicuilote de Oxígeno


Pero ahí no terminan los dolores.  Después de muchas arrancadas de bigote, vi que ese no era el único vello facial que debía eliminar.  Estaba el elemento ceja.  Me faltan pocos pelos para ser de esas personas con una única ceja gigante, como Beto, de Plaza Sésamo (la gente que se las da de culta diría que son como las de Frida Kahlo).   Había que depilarlas.  Imaginémonos:  quitar,  con una pinza, pelo por pelo, hasta tratar de que cada ceja quede con la forma perfecta, esto es: gruesas hasta el punto de la intersección de la ceja con una línea que empieza en la aleta de la nariz y pasa por el iris del ojo, y en adelgazamiento progresivo de ahí hacia la terminación de la ceja.  Una vez una esteticista me dijo que qué cejas tan suculentas las mías, mientras se frotaba sus manos, y un rayo de luz diabólica hacía brillar el depilador y yo veía el fuego de la maldad arder en sus ojos de torturadora profesional.  Son esas mismas llamas las que se ven en los ojos de las manicuristas cuando uno les encomienda las manos; ellas sacan el instrumental de suplicios, e inician su doloroso procedimiento, consistente en  empujado de cutícula con objeto contundente y eliminación de cueros con instrumento cortopunzante, para el posterior esmaltado de las uñas con múltiples capas de barniz.

No sé qué me da más miedo: si ir al odontólogo o a la manicurista.


Y bueno, de vanidosa, me empecé a hacer un tratamiento dizque para reducir la grasa de la panza.  Con solo ver los nombres de esos tratamientos, me asusté, empecé a recordar un montón de cosas de la Universidad, y ahí me asusté más.

Como, según las señoritas del spa, mi peor enemigo es la grasa localizada, hay que combatirla por todos los medios posibles.  Hay un tratamiento que se llama “cavitación ultrasónica”.  Cuando yo vi hidráulica,  que una bomba cavitara era lo peor que le podía pasar: la corroía, le disminuía la capacidad y generaba mucho ruido y vibración, hasta que la dañaba del todo.  ¿Y me iba a dejar yo hacer eso en mis carnitas?  Por el Beato Mariano Eusse que no.

Otro de los métodos que me ofrecieron fue la carboxiterapia.  Me acordé de las clases de química (con un profesor que no podía pronunciar la jota y la cambiaba por efe, y lo peor era que la clase era martes – fueves).  Se me vinieron a la mente varios datos inútiles sobre el grupo carboxilo, que es el de los ácidos orgánicos.  Un ácido orgánico muy popular (?) es el ácido acético, conocido en el mundo común como vinagre.  “Me van a vinagrar la manteca”, pensé.  Pero no. Era aún peor: me iban a inyectar dióxido de carbono para “provocar que el organismo libere sustancias como la serotonina, la bradiquina, la histamina y catecolamina, sustancias que activan a su vez los receptores beta-adrenérgicos, particularmente los beta-2, los cuales estimulan la lipólisis de los tejidos adyacentes”. JHÁ! Esto tan tecnológico yo sí me lo tenía que hacer. No sé por qué no me dio tanto miedo como la ultracavitación magnetoencefálica megaturbo 2000, y decidí que me la iba a hacer.  Yo.  La persona más gallina del mundo.  La que lloraba en la fila de las vacunas.  La que le da un babiado cuando dona sangre.  Yo, yendo voluntariamente a que me chuzaran la panza y que, como si no fuera eso suficiente, me inyectaran CO2. ¿No pues que eso es un veneno?  ¿No pues que es el peor gas de efecto invernadero?  Yo tenía al CO2 como el gas del propio Satán,  aún más demoníaco que los gases de azufre. 

Me ofrecieron luego el conocido masaje reductor. No me pareció peligroso, hasta el momento en que me lo hicieron.  La señorita masajista lo agarra a uno con toda la fuerza que le dan los fríjoles de su  almuerzo, y le hunde los dedos en las carnes de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, de un lado a otro, muy rápido. Como tratando de restregar la manteca contra las costillas o los huesos u órganos internos que se encontrare, para así disolverla.  Como no es suficiente con el poder de su mano, agarra una copa  y se la pasa a uno durísimo por los pobres gordos adoloridos, y uno suda, uno sufre, uno piensa que a qué horas se le ocurrió pagar por semejante martirio.  Es real.  No exagero.  Duele endemoniadamente.  Tengo un montón de morados y me duele, y  para completar, me debo poner una faja todo el día y tomar nosécuántos litros de agua con flor de Jamaica.   


(a continuación una imagen no apta para público sensible)

(de verdad)




Uno de los múltiples morados que tengo en mi cuerpecillo por los masajes del demonio


De verdad que espero que esta vaina en la que me metí funcione, porque estos morados no serán en vano, no señor.  Espero no tener estas ideas tan geniales en el futuro. El mundo me tendrá que amar con mi feura natural, con mi celulitis, mis estrías, mis carnes, mis adiposidades y mis imperfecciones cutáneas. No me gustan ese montón de técnicas de photoshopeo que existen, porque son caras y duelen.  No sé, el dolor de los tirones lo hace dudar a uno si de verdad quiere tanto los marrones.  Y yo lo que pienso todos los días de mi vida, es que yo no vine a este mundo a sufrir.  

noviembre 02, 2011

Gutapercha y Cavitrón

Gutapercha y Cavitrón

A  Ximena, Gustavo, Clarita y Pilar.

Mis papás son odontólogos.  Mi tía es odontóloga. La mamá de mi prima es odontóloga.  Todos de la bendita, alabada y adorada Facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Colombia.  Siempre he estado rodeada de conos de gutapercha, piezas de mano y vasos Dappen. No es fácil vivir así. No lo es. 

Desde que tengo memoria, llegaban a mi casa las revistas con las portadas más terroríficas del universo: bocas putrefactas, dientes en caos absoluto, gente mueca por brotes inmundos, purulentos y espantosos. Al frente del baño, que siempre se deja abierto en casa por cuestiones de claustrofobia, están, sempiternos, los libros de Patología Oral , Cirugía Bucomaxilofacial y Placa Neuromiorrelajante.  Yo creo que no hay nada menos neuromiorrelajante que ver esos libros tan miedosos ahí, siempre.

Estos son los vasos Dappen. Y no, no son para servir shots.


Cuando era pequeña, los cuadernos de mis Barbies eran los taquitos de papel que se usan para preparar la resina.  Desde mi tierna infancia, las tuerquitas de mis aretes eran los tapones plásticos de las cárpulas de anestesia. Hipoalergénicos. Genial esa idea de mi mamá: desde esa época, ella incursionó en el mundo del reciclaje y la reutilización.  Los aretes pequeños, con su tuerquita de anestesia, se guardaban en los tarritos de vidrio de los conos de gutapercha.  Así estaban bien separados y clasificados. 

Los tarritos de los conos de gutapercha me han cautivado toda la vida.


A veces me estaba bañando tranquilamente, con agua bien caliente; cuando de pronto, sonaba algo raro, un chorro helado salía de la ducha y me congelaba del occipucio al sacro, pasando por el trapecio, y por allá gritaba mi papá “perdón, se saltaron los tacos, fue que prendí el compresor”.  Yo creo que por haber estado toda la vida oyendo el endemoniado sonido del compresor y de la fresa, tengo la hermosa facultad de dormirme en cualquier parte, con cualquier cantidad de bulla ambiental. 

Llegó 1993 y con ella la famosa Ley 100 de don Voldemort.  Crisis en el país, crisis en mi casa. El consultorio particular empezó a morir desde ese día, y ya tocaba ayudarle a mi mamá a llenar papeles y facturas y papelitos del consultorio del hospital, porque el tiempo no le alcanzaba: o atendía los dos mil pacientes que le exigían o llenaba los dos mil papeles que tenía que entregar.  La ley esa jodió a mis papás y a los profesionales de la salud en general, con los hermosos resultados que vemos ahora. 

Crecí un poquito más, y lo que se veía venir desde el principio se volvió realidad: había que ponerle brackets a la niña.  Imperdonable, la hija de los odontólogos con esa maloclusión.  Y claro, antes de ponerme los brackets el querido ortodoncista anunció que debían sacarme cuatro muelas.  Si ese hecho, por sí solo, ya es terrible, imagínense que el encargado de llevar a cabo esa espantosa sentencia sea su propia progenitora.  Devastador. Trágico.  Todavía tengo pesadillas con aquel funesto día en que me le arrodillaba a mi mamá, llorando, en la silla, que por favor no, que por favorcito no me las sacara.  No tuvo piedad.  Ahí se fueron mis cuatro cuatros (los dientes se reconocen por números:  la boca se divide en cuadrantes, como el plano cartesiano, y se empiezan a enumerar los dientes de adelante hacia atrás de la boca, así). En realidad el problema no es de ella, el problema es mío por ser tan miedosa y mala paciente.



Yo nunca quise estudiar odontología.  Siempre me pareció asqueroso eso de tener que meterle los dedos en la boca a la gente. Pero, oh ironías de la vida: terminé estudiando una carrera aún más asquerosa que esa, y heme aquí, toda una ingeniera sanitaria, que trabaja con lo que ustedes descomen.  Pero creo que, en realidad, por lo que nunca quise embarcarme en las lides dentisteriles, es que, y de eso estoy convencida, para ser odontólogo hay que tener alma de asesino en serie  y cierto gusto por la tortura (igual sucede con las manicuristas). A mí que no me digan que es normal que a uno le guste agarrar a la gente, acostarla en una silla, meterle chuzos en la boca, fresarle las muelas hasta llegar al nervio, y luego con un aparatico, echarle aire y agua al nervio ahí destapado. Ese instrumental tan miedoso, expuesto en la mesita, acabado de sacar del autoclave, y uno indefenso, acostado, con la boca abierta, con una lámpara que lo encandila y con el alma enferma de tanto padecer a causa del elevador y el tiranervios, solo pueden ser elementos para una película de terror. 

La prueba del delito!
Antes los acompañaba a los almacenes dentales a comprar sus multiproductos para arreglar dientes.  Ya no. Ya me mandan sola.  Me dicen por teléfono “y que no se te olviden los núcleos, el dycal y el acrílico autopolimerizante”.  Y lo peor es que yo ya sé qué es todo eso y en qué parte es mejor comprarlo. 

En estos días, mi mamá, tan bella ella, me dijo, sonriente:  vamos a probar en ti el Cavitrón.   Efectivamente, fue lo que pensé: el Cavitrón es el Transformer de la Higiene Dental.  Es un chucito que vibra, y con esas ondas le quita a uno la mugre ultrapegada de los dientes. Paulita, la higienista, me tuvo como una hora a punta de Cavitrón, exorcizando mis pobres dientes de la placa bacteriana, que para ellos (y para mis papás) es el mismo demonio.

En fin, a pesar de tenerle tanto miedo a las citas odontológicas y tanto fastidio a tan digna labor, tengo que agradecerle infinitamente por ser la patrocinadora de mi vida (eso sonó muy poético, qué vaina).  Le debo mi supervivencia a las asquerosidades internas de la gente: antes, por mis papás; ahora, por mi trabajo. Las historias que cuentan ellos de sus pacientes son tan insólitas y variopintas como las cosas que se encuentra uno en los caños de aguas negras de la ciudad.  Lo que nunca tendré, y me parece muy bonito, son las muestras de agradecimiento de la gente hacia mi mamá o las formas de pago tan extrañas que acuerda mi papá: a la casa han llegado bultos de papa, de naranja, de granadilla, de yuca y hasta oro así, en barritas como pago de una obturación o de una prótesis.

Pero lo más genial de tener dos papás odontólogos es que no reconocen a la gente por el nombre, o por donde viven, sino por sus peculiaridades dentarias.  Así, no es doña Graciela, la señora de la casita azul de la vuelta de la casa, sino “la señora del problema aquel en la extracción de los ochos”, ni Carolina, la compañera de la universidad, sino “tu amiga, la morenita, la del problemita de fluorosis en los incisivos”.
Yo creo que yo no soy la hija de ellos sino "la niña esta que vivía con nosotros y que tiene esa terrible maloclusión".  Lo bueno es que, a pesar de eso, me aman.  






noviembre 01, 2011

Talento humano

Esta es la primera colaboración a mi blog, por el buenazo de Norman.  Y dice así:



“Es administrador de empresas” dijo Johana la otra vez en el almuerzo. Fue de esas situaciones en las que al empleador le da por hacernos sentir mejor llevándonos a algún sitio a dónde él va casi todos los días a comer. En ese día escuché decirle eso a sus dos amigas sin esforzarme por el chisme mientras cortaban pedazos pequeñitos de carne y los dejaban al lado de la ensalada. Ellas ponían mucha atención y yo me daba cuenta como volteaba los ojos describiendo las características que le gustan del tipo. Johana es delgada, con una cara redonda que esconde detrás de incontables combinaciones de sombras y rubores, caros, eso sí, y una nariz chata y gordita que trata de disimular con otras cosas en su vestuario. Es bonita porque se lo propone: entre sus iluminaciones en el cabello y la alisada del mismo como los pantalones ajustados siempre y la blusa que deja ver el volumen de sus tetas sin usar escote para no decepcionar a la gente, porque el engaño, la ilusión hay que saber administrarla.

Mauricio tiene una mirada que parece le hubieran heredado los zorros y, como ellos, la nariz puntiaguda y la picardía que hace reír mucho a las mujeres. A veces se pasa y divaga sobre el sabor de las areolas de María frente a ella, o comenta el tamaño de sus genitales cuando ve a  alguna mujer que considere accesible, lo que en su mente es un grupo bastante grande de gente. Casi todo el piso. Mauricio habla la mayoría del tiempo de fútbol y escucha siempre regaeton. Trata de hacerme conversación con la alineación de cualquier equipo que no tengo en la cabeza y luego celebra como suyos los goles que canta la radio. El puño en alto, la sonrisa que tiene como tatuada en la cara, la soberbia que irradia sin tener que mediar palabras.

Hace unos días comenzaron a hablar, por un amigo en común que no es tanto amigo sino conocido por el trato y por los niveles de socialización de nuestras áreas, solamente un cargo ejecutivo que puede cumplir cualquier persona a la que, ahora, le exigen también ser agradable y afable para dejarse tratar. Daniel los relacionó y desde ese día Mauricio trata de hablar con ella aplicando las tácticas que le ha enseñado la vida para desvestir mujeres ignorando, tal vez, que lo mejor no es quitar la ropa sino saberlo hacer.

Mauricio, Mao, como le dice ella luego de una semana, la hace reír y le toma la cintura cuando la saluda con un beso marcándolo fuertemente en sus mejillas donde luego se ve el daño que hace tanta fuerza a la armadura que Johanna se aplica pacientemente por la mañana y que luego, a medio día, va al baño a renovar. La mano suya, la de él, siempre busca las de ella cuando habla, y cuando caminan juntos la posa en ese límite de  la cadera con la nalga que va borrando con la punta de los dedos. Johana, decente, querida, le quita suavemente la mano de su cintura cogiéndolo de la chaqueta con dos dedos, como quién retira un trapo húmedo  mientras él abre la mano pensando si agarrarle el culo o metérsela en su propio bolsillo. Da unos pasos con la duda en el aire sin que ella se lo imagine.

La otra vez, en el almuerzo, Mauricio le decía a Daniel que la tenía “de un pelo”. Que “ya casi, eso toca es con mañita porque es toda refinada” y se reían como si los zorros y las hienas fueran grandes amigos.  Mauricio no es administrador de empresas, pero no se lo han dicho.

septiembre 17, 2011

Ignorancia supina

Yo soy tan ignorante, que ni siquiera sabía qué significaba la palabra "supina", y por eso me tocó buscar en el DRAE. Encontré lo siguiente:
 

supino, na.
(Del lat. supīnus).
1. adj. Tendido sobre el dorso.
2. adj. Perteneciente o relativo a la supinación.
3. adj. Dicho de un estado de ánimo, de una acción o de una cualidad moral: Necio, estólido.
4. m. Gram. En algunas lenguas indoeuropeas, una de las formas nominales del verbo.


Y también fui juiciosa y busqué qué significaba la expresión "ignorancia supina":


~ supina.

1. f. ignorancia que procede de negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse.


Con esta duda resuelta, fui a la Fiesta del Libro y me quedé mucho rato en la rotonda de entrada, donde hay una exposición que se llama "Escritores latinoamericanos RE-TRATADOS", de Vasco Szinetar. Claramente, tampoco sabía quién era este señor, pero el Todopoderoso Google me lo dijo y me llevó a su blog. Don Vasco Szinetar es un señor venezolano, fotógrafo, y específicamente, retratista.  Muchas de las fotos que vimos en RE-TRATADOS pertenecen a una serie que se llama Frente al espejo, donde se retrata junto a artistas y escritores frente a un espejo.  



Rotonda de entrada al Jardín Botánico de Medellín, donde está
la expo de Vasco Szinetar por la Fiesta del Libro




La primera foto que hay, cuando uno va entrando al Jardín Botánico, es la de Szinetar con Borges.  Ahí quedé yo completamente impactada. ¡Con Borges! ¡Este tipo se tomó una fotoespejo con Borges!  Qué máximo.  Cuando sea grande, también quiero ser como Vasco Szinetar.  Stalker cool de gente tesa. Mi ídolo.


OMFG. Es Borges!


Seguí recorriendo la rotonda, y vi caras conocidas, otras medio conocidas y muchas absolutamente desconocidas.   Me encantaron.  Yo de fotografía y de esos términos extraños y rebuscados no sé nada (recordar: soy ignorante), pero solo puedo decir que me pareció muy bonita esa manera de mostrarle a uno  esos escritores: todos tenían cara de estarle abriendo la puerta de la casa a uno para invitarlo a tomar fresquito. Sin nada postizo, sin poses estudiadas, sin miradas trascendentales al infinito con caras de tragedia.  En El Espectador, en un artículo donde hablaban de Vasco, dicen que muchos de esos retratos  están abordados desde el humor porque según él,  “es el antídoto más eficaz que tienen los mortales para enfrentarse al poder”.  Eso me gustó muchísimo.

Terminé de ver la exposición, y confirmé algo que ya sabía: yo no he leído nada en esta vida.  De verdad, soy ignorante.  He leído a muy pocos de esos autores, y  no sabía de la existencia la gran mayoría de ellos.  Un gráfico de torta nos ilustra mejor esta triste situación:




Y bueno, de los pocos que he leído, de menos de la mitad conozco más de una obra.  Si queremos verlo gráficamente, tenemos:




Es un panorama triste, desalentador, desmoralizador, deprimente, lamentable, aciago, descorazonador, luctuoso, desesperanzador, penoso, doloroso y desolador (estos sinónimos son traídos a ustedes gracias a la grandiosa ayuda de WordReference y de la combinación de teclas Shift+F7).  Pero bueno, esas no son penas.  Leeré más. En mi defensa tengo que decir que, por lo menos, ya preveía esta situación a la tierna edad de 11 años, cuando mi habitación la decoraba un Garfield de poliestireno:


La camiseta me la regaló mi tío Pepe
en 1996, cuando cumplí 11 años.
Bien.  Este es mi último post de cubrimiento alternativo de la Fiesta del Libro.  Fui muy feliz haciendo esto, paseando por el Jardín Botánico, mirando gente, libros y cosas y escribiendo pendejadas.  Así que considero que es menester irme para mi camita y descansar en decúbito supino

 ¡Adiós!


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Nota autista:  Mientras hacía este post y navegaba por la red, encontré el mejor gráfico de torta del mundo, que hoy traduzco con cariño para ustedes:





Hay libros

Una prima mía, que ha vivido toda la vida en la calle Caracas con la Avenida Oriental, tiene una expresión buenísima para los que residimos en este sector de Medellín, y es "habitantes en situación de centro".  Pues bien,  hoy en la Fiesta del Libro me encontré a unos vecinos en situación de centro como yo, que tienen una librería muy chévere. Se llama Haylibros y queda en la carrera Córdoba con la calle Perú.  A ellos les compré Dejémonos de vainas y Perdidos en el Amazonas.

Un chico de barbita y gafas, muy amable, me atendió y me iba mostrando libros.  Me ofreció silla para sentarme y todo.  Y mientras tanto, Fernando (A.K.A @hippycomeflores en el mundo twitteril) ofrecía uno de los productos, según él, más solicitado por el público asistente a la Fiesta:  las sorpresitas literarias.  Son libros envueltos en papel kraft, entonces la idea es que uno compra sin saber qué le va a salir.  Lo mejor es el anuncio que hace Fernando:  "Sorpresitas literarias a tres mil, dos en cinco mil.  No hay autoayuda".

Mañana volveré al Jardín Botánico a visitar el estand de Haylibros.  Esta vez sí me llevo mi sorpresita literaria.

Fernando, las sorpresitas literarias y el libro del Bolillo Gómez. 

septiembre 16, 2011

Latinoamérica en mi casa

Hoy, por fin, pude pasearme un buen rato por la muestra comercial de la Fiesta del Libro, a ver qué cosas me encontraba por ahí.  

Pasé por muchos puestos de libros de autoayuda, vainas new age, enciclopedias que nunca nadie consultará porque Wikipedia lo sabe más rápido y más fácil, best sellers que generalmente tienen el título en letras doradas y tienen teorías conspiparanoicas sobre casi todo, libros de consejos para padres, y así.  Hasta que me encontré con una belleza:  un librito de Fontanarrosa, que recopila sus chistes gráficos sobre inseguridad.  Fui feliz.  Ahí invertí el 6.75% de mi jornal semanal.

Seguí caminando y me encontré Yo, Lucas, de Klim. Me lo embolsillé aportándole a esa librería el 2.5% de mi paga.  Obras completas y otros cuentos de Augusto Monterroso (sí, el del cuento más corto del mundo) estaba baratísimo, a diez mil pesitos.  Me gustó mucho haberlo encontrado, pues el que tenía antes, herencia de mi papá, desafortunadamente se lo presté a un engendro del mal que creo que no me lo devolverá nunca.

Luego pasé por Haylibros, y ahí, buscando buscando, entre tantas cosas chéveres que había, di con Dejémonos de Vainas de Daniel Samper PIZANO, y escogí, entre los varios libros que había de Germán Castro Caycedo, Perdidos en el Amazonas (lo otro que había de Castro Caycedo se lo llevó mi amiga Maria).  Y ahí se fue otro 4% del jornalito.  

Me acabo de dar cuenta de algo:  de los autores que compré, Samper Pizano y Castro Caycedo son colombianos;  Monterroso, centroamericano, y Fontanarrosa, argentino.  Latinoamérica en mi casa, pues. Sin  proponérmelo, le seguí la onda al tema de la Fiesta del Libro de este año.

Para terminar esto, iba a escribir algo como "cuando volví a casa, los libros de la biblioteca muy amablemente cedieron terreno a los nuevos libros que llegaban a  residir en el hogar", pero me pareció muy coelhoarjonoide y me arrepentí.  Entonces bueno, lo que pasó fue que le hice espacio a los libros nuevos, y ya, ahí los puse, ahí están, y espero empezar a leerlos ya.


El espacio para los nuevos libros



Los libros que compré en su nuevo hogar


Paseíllo breve

Historia de una tórtola en
el Metro

Después de jornalear todo el día, en el imperio al cual desde hace dos años le alquilé mi alma, cumpliendo la importante misión de dotar la ciudad de tubos que recojan el agua sucia, me fui para la Fiesta del Libro.

Caminé hasta el metro, y el vagón en que iba tenía pegados unos poemas de Epifanio Mejía.  "Estos costumbristas", pensé.  En general, no me gusta la poesía, y mucho menos con ese "toque" costumbrista que tantas veces se me hace insoportable.




Lástima, Daniel, lástima tu engendro Ramoncito.

Llegué al Jardín Botánico y me encontré en la entrada con un montón de fotos de escritores latinoamericanos.  Había una de Daniel Samper Pizano, que siempre me ha gustado mucho como escribe, y me cae la mar de bien.


Desafortunadamente, todos en la vida cometemos errores: el de Samper Pizano fue tener un hijo tan babotas e insoportable como Daniel Samper Ospina.



El montaje sobre Rafael Pombo en la Fiesta del Libro.
Hermoso.
Luego vi un montaje muy bonito sobre la vida y obra de Rafael Pombo.  Estaba Michín, vuelto pateta ya; la pobre viejecita, surtida en carnes y sentada en su cómoda poltrona, renegaba sobre la canasta familiar y el nuevo método de medición de la pobreza; Pastorcita, con hilo y aguja en mano, le pegaba las colas a sus ovejitas, y Rinrín Renacuajo, como buen sapo, estaba ahí parado con cara sonriente haciendo gestos de cortesía a todo el que pasara.




Vecinos buena onda :)



Me fui para la muestra comercial, y ahí me di cuenta de que sigo siendo muy muy tímida.

Me dio pena preguntarle cosas a la gente de Los Libros de Juan, que son vecinos de barrio y todo, y a los de Palinuro tampoco pude.  Pero bueno, hablé un ratico con los vecinos de Vivapalabra que me dejaron tomarles una fotico y me invitaron para que fuera algún día a visitarlos.

Qué mala onda yo, viviendo hace ocho años a veinte metros de ellos y nunca he entrado a una función. Prometo que lo haré.







Para que tengan una referencia de escala: ese es mi dedo
meñique
Como yo amo con loca pasión las cosas mañés (yo no me creo tan refinada como para decir "kitsch"), estuve mirando el stand de Los Libros Más Pequeños Del Mundo.  Son realmente pequeños. Y mañés.  Por eso los amé.  Entre las dos manos me cabía una variedad inimaginable de libros:  estaba Otelo, El Principito, recopilaciones de chistes, El Arte de la Guerra de Sun Tzu, libros de recetas de cocina, vainas de mensajes de los ángeles y esas cosas new age dementes, un libro sobre el Che Guevara y hasta el Kamasutra.




Muy bueno el conversatorio, pero esa platanilla en la mitad
me tenía altamente estresada.



Fui a un conversatorio con Santiago Gamboa y otros dos señores.  Era sobre escritores que le daban una gran importancia a los viajes en sus obras.  Hablaron de lo que representaba trasladarse de un lugar a otro en esa búsqueda de sentidos y de respuestas, y de que ese viaje continuo, ese movimiento constante, es la esencia de la vida.







Luego comí arepa de queso con leche condensada.  Manjar exquisito de las calles medellinenses (no sé si de otras partes del país de la Sagrada Víscera, supongo que también).  Creo que ahí se disminuyó mi esperanza de vida en unos 5 años, dada esa altísima ingesta de grasas ultramegasaturadas y puercas.


Los gemelos cuenteros estaban de cumpleaños
Llegué como a las nueve y media al salón  Humboldt, y estaban los chicos de la Corporación Arca de N.O.E, José Ricardo y Juan Diego Alzate, presentando un paralelo muy chévere entre "El soldado y la muerte", una historia rusa, y "En la diestra de Dios Padre", de Tomás Carrasquilla.  "Estos costumbristas", volví a pensar, pero esta vez de una manera no despectiva (la verdad, don Epifanio Mejía me cae un poco mal, pero mister Carrasquilla sí me cae en gracia).



Quino, maldito genio. Lo amo.


Fue una noche bonita. Paseé mucho por ahí, y vi muchísima gente. Me alegró bastante eso: que haya una asistencia tan importante a la Fiesta.  Hasta el momento no tengo ningún libro, pero ya tengo mirado por ahí un stand donde está Mafalda completa y otro donde tienen cosas del Negro Fontanarrosa.  Estaré presta a gastarme el jornal en esas dos partes.

septiembre 15, 2011

Mira mamá!

Mira mamá! No estoy triunfando pero tengo un cartoncito con mi nombre :D


Al fondo, la gente de Medellín Cultura, con la seriedad que los caracteriza. Jajajajajajjaajaj

Rubencito

A mí también me pareció muy raro (y muy emocionante) cuando me dijeron que Rubén Blades venía Medellín, a la Fiesta del Libro.  Y no, no a cantar, no. A un conversatorio sobre cine, música, literatura y política.  A hablar, venía.  Un arte que, según vimos, domina tan bien como aquellas por las que ya es famoso.


Yo estaba muy feliz de tener una de las tan codiciadas boletas para entrar al dichoso conversatorio, y después de recorrer parajes desconocidos del Jardín Botánico de Medellín, reclamé mi entrada, me fui a tomar el fresco para estar medio decente, y luego llegué al salón Humboldt, donde iba a hablar Rubencito (sí, yo soy confianzuda y le digo así).

La boleta :D

El sitio no estaba tan lleno como yo supuse que iba a estar, y toda la gente sentada, muy decente, muy quietecita y con cara de emoción.  Luego salió Fernando Mora, el entrevistador. Y luego, con su pinta toda de negro y su cara de man serio pero buena onda, salió Rubencito.

Sí, ese señor de negro entre Sarita Palacio y el amigo calvo, es el propio Rubén Blades.

Se sentó. Se puso sus gafas, que lo hacen ver aún más como ese papá que ha hecho tantas cosas en la vida y que ha pasado por tantas situaciones, que uno siente un respeto, un respeto bonito.


Rubén en su concierto en Medellín en 2010, cantando El Padre Antonio.
Con sus gafitas puestas ♥

Mister Blades empezó hablando de Carlos Fuentes (otro viejo hermoso que posee toneladas de cheveridad), razón por la cual lo amé mucho más de lo que ya lo amaba.  Contó que Fuentes le dijo que, para él, uno de los grandes méritos de la canción popular era llevar argumentos a un público que, en general, es poco lector (por poner un ejemplo, Pedro Navaja).  Luego habló de su trabajo Agua de Luna, basado en cuentos de Gabo, y contó que muchos lo calificaron de pretencioso por “habérselas dado de muy poeta” y lo atacaron por eso. 

“Llamé a la Fania a preguntar si necesitaban un cantante”
En 1974, Rubencito se graduó de abogado en Panamá. Su familia dejó el país por problemas con el gobierno de esa época. Él también se fue, y así, recién graduado, preocupado por plata, y con una ingenuidad que, según él, todavía lo acompaña y no quiere perder nunca, llamó a la Fania a preguntar si necesitaban un cantante.  Claramente le dijeron que no, pero le ofrecieron el puesto de cartero.  Hasta que la gente de la Fania se dio cuenta de que cantaba, y que lo hacía muy bien, y ahí empezó su exitosa carrera. 

“La otra gente escribía pa’ los pies, yo pa’ otra cosa”
Los temas recurrentes en la salsa (y yo diría que, en general, en la música) eran (y son) los desamores, los amores, la traición de la pareja, de los amigos.  Rubén Blades no quiso hacer más de lo mismo, y siguiendo su interés por la crónica, empezó a incorporar el estilo de ese género en las letras de sus canciones.   Escribir esas piezas no correspondió, según Rubén, a ninguna decisión comercial, pues precisamente las disqueras pensaban que la gente lo que buscaba era música para bailar, y no una historia para seguir, o un argumento para pensar.  Y bueno, con el gran éxito de su trabajo “Siembra”, Mister Blades le mostró a todo el mundo, que la gente no solo buscaba un son para moverse, sino que escuchaba, entendía y se identificaba con esas canciones.
Rubén en su concierto de 2010 en Medellín, mostrando que canta increíblemente
y que no tiene calzas en los dientes.


“Yo soy de izquierda, pero  de la izquierda inteligente”
Después de los triunfos en la música y el cine, llegó un momento en la vida de Rubencito en que vio la abismal diferencia que había entre Pablo Pueblo y él.  Saber que su acomodada situación económica y su estatus social se debían al dinero de tantísimos Pablos Pueblo que habían comprado sus discos he ido a sus conciertos, le hacía sentir una contradicción permanente, que decidió resolver dejando esa situación de comodidad, saliendo “a hacer las cosas donde son, en la calle”, según sus palabras.  Ahí llegó a la política, primero lanzándose como candidato presidencial de Panamá, en el 94 “con un partido medio de izquierda, medio ecológico”, y luego ocupando el Ministerio de Turismo de ese país, en 2004.  Al inicio de su período como ministro, empezó un programa de acercamiento a los jóvenes de las pandillas de la ciudad de Colón, donde, a pesar de que fueron pocos los que salieron definitivamente de ese mundo, logró mostrar que, aunque difícil, es posible que este tipo de personas tengan un cambio en sus vidas.  Para hacer su tipo de política, considera que no debe seguirse ciegamente una ideología o rechazar de plano otra.  Allí mencionó que era de izquierda, pero de la izquierda inteligente: la que tomaba modelos e ideas buenas para obtener resultados buenos.


“Yo no sé cómo he hecho 32 películas”
Una vida “anárquica”, considera Rubencito que ha tenido, refiriéndose a lo raro que es ser abogado, cantante, actor y ministro.  Más allá de lo extraña que suena esta combinación, son profesiones que están completamente ligadas a una vida pública, lo cual, de cierta manera, se contradice con su reservada forma de ser.  Habló de su primera película, The Last Fight, (dijo que era pésima, así que, siguiendo su consejo, no la veré), donde actuó al lado del boxeador Salvador Sánchez.  Comentó su paso por los Archivos X, donde, a pesar de haberle advertido a Chris Carter que no matara a su personaje, terminó colgando los guayos.


“Llega un momento de la vida en el que hay más pasado que futuro”
Mister Blades se casó de 38 años y no ha tenido hijos.  Dijo que le hubiera parecido una irresponsabilidad tenerlo y dejarlo con otras personas mientras trabajaba y viajaba, pues “si lo vas a tener es porque lo vas a criar”.  En este momento piensa que podría tener hijos, que es el único momento adecuado que ha visto, y que se siente bien no habiéndolos tenido antes y viviendo como ha vivido.  Habló de su felicidad, que es ser íntegro, consistente y coherente entre lo que siente, hace, dice y piensa.
Qué cheveridad de viejo.  Lo amo ♥

La mona Maite se nos emocionó
Se acabó el conversatorio y empezaron las preguntas y comentarios del público.  La trompetista Maite Hontelé, bastante emocionada, le expresó a Rubencito su gran admiración por su trabajo y le dedicó una corta interpretación en su trompeta.  “El sonido que logras es muy bonito, y bueno, tú también”, le dijo Mister Blades a la mona, y bueno, todos estuvimos de acuerdo.

La trompetista Maite Hontelé, tocando para Rubén Blades.

Y bueno, se acabó todo.  Como dije al principio, quedé amando a Rubén Blades más de lo que ya lo amaba, y listo, ya está decidido: cuando sea grande quiero ser como él. 


marzo 17, 2011

Por qué no me gustan los Simpson

Nunca me gustaron los Simpson. Desde que era niña.  Es que son tan mainstream.



Yo he sido hipster desde chiquita

marzo 01, 2011

Indigestión Ltda.

Podríamos hacer disertaciones interesantísimas acerca de la ingeniería colombiana, sus retos, su historia, sus fallas, sus debilidades, lo que falta, lo que hay, lo que no hay, la inversión en investigación y desarrollo, el estado de la infraestructura, entre otros temas aburridísimos.  Pero mejor no, porque acá nos gustan las banalidades.  Por eso vamos a hablar de lo jodida que está la ingeniería colombiana en cuanto a las razones sociales de sus firmas consultoras y constructoras. 

Primero están las clásicas, fáciles y seguras siglas. HMV,  AyA, S&E, ACI, CCC, OFB, etc, etc.  Yo trabajé en una que se llamaba CHS, y en ese tiempo estaba todo el boom de David Murcia y DMG.  Tristísimo siempre tener que aclarar que no se trataba de una pirámide.  Y las palabras cuyas iniciales conforman la sigla, son básicamente combinaciones de “ingenieros”, “diseño”, “interventores”, “consultoría”, “colombia”, “hidráulica”, “civil”, e incluso se llega hasta el penoso caso en el que las letras de la sigla son las iniciales del dueño de la empresucha.   

Luego, están todos los que emplean el alfabeto griego para tapar sus grandes deficiencias de creatividad.  Tenemos aquí, por ejemplo, a Ingeomega S.A., Ingedelta Ltda, y Alfa y Omega Ingenieros Ltda. A veces no utilizan letras griegas, pero sí quieren darse un aire interesante y dejar la reminiscencia helénica en nombres como Ares Agua y Residuos Ltda, Hidramsa S.A., Hydra Ingeniería Ltda y Conhydra SA ESP.

Están los que recurren a elementos de construcción, como el caso de Biaxial Ltda, Muros y Techos S.A., Asfalto y Hormigón S.A y Puentes y Torones S.A.   Acá, como parte de lo propositivo, emprendedor y chévere que es este blog, queremos plantear la fundación de Tubos y Tubos S.C.A, y para ahorrar en el diseño del logo, puede ser parecido al de Tortas y Tortas.

Hay otros que conforman su nombre anteponiendo “inge” o “constru”. Como Ingeambiente Ltda, Ingelec  Ltda y Construvías S.A.  Y hay otros así medio parecidos, y tremendamente poco novedosos, como Incivelec S.A., Inambiente Ltda y Electrocivil S.A

Y hay más.  Unos de los más trágicos son los que ni siquiera se toman la molestia de pensar en algo y ponen de una a lo que se dedican.  Como Servicios Ambientales y Geográficos S.A, Estudios Técnicos S.A, Ingeniería, Diseños e Instalaciones S.A, Ingeniería Especializada S.A, Ingeniería y Consultoría S.A, Aguas  y Obras Ltda,  e Ingeniería, Proyectos Y Normas S.A. Uno que me parece pecuequísimo es Ingeniería Total Ltda. No, pues. Total. O sea, de verdad, total.  No, no puedo con eso.

Existe otra categoría, que para mí es la ultramáxima. La de los Campeones De La Razón Social Ingenieril.  Iniciamos con Inciviles Ltda. Yo nunca los contrataría. Será que hacen honor a su nombre?   Están los geniales de Instalaciones Hidráulicas y Sanitarias WC Ltda; amo que el nombre tenga chascarrillo incluido.  Otros que nunca contrataría son los de Omitiera S.A.; cómo demonios se les ocurre ponerse ese nombre? Es como ponerse “Macheteando S.C.A”.  Están los Alcahuetes Electrónicos de Colombia y Los Castores Constructores Ltda, que me gustan, porque, de verdad, a uno esos nombres nunca se le van a olvidar. Y la máxima, la mejor: Constructora Némesis S.A. 

Viendo todos esos nombres tan paila, yo no veo por qué no puedo poner mi empresa y llamarla Indigestión S.A, Ingeniería, Diseño y Gestión Ambiental.  O InSane S.A, Ingenieros en Saneamiento, como propone mi amiga Laura Pineda.  No sé, yo solamente espero que viendo ese repertorio de nombres bobos, insulsos y aburridos, mis colegas se adhieran a la campaña “Amigo ingeniero: el DIY no aplica ni para el logo ni para el nombre de tu empresa”, y se gasten una platica en pagarle a alguien que sí sepa de esos menesteres.

enero 16, 2011

Un asunto de fragilidad


Esta idea pertenece a Laura Romero.  Saludos allá en la Casa 21.

Yo no comprendo por qué en Medellín hay tantos centros especializados en fracturas.  De verdad.  Si uno mira en las páginas amarillas, en Medellín hay seis clínicas de fracturas, cada una con un promedio de dos sucursales, y al buscar lo que incluya la palabra “ortopedia” salen 115 registros.  Si se hace lo mismo en Bogotá, hay solamente tres centros de estos y salen 76 registros con “ortopedia”.  En Cali, cuatro centros y 67 registros.  En Barranquilla, un centro y 52 registros. 

¿Por qué pasa eso? En serio, me he devanado los sesos tratando de encontrar una razón y no he podido.  ¿Por qué tanta oferta de estos centros de ortopedia? ¿Será que hay mucha demanda?  Qué tienen los paisas que hacen que sus huesos sean tan débiles? ¿O no es que sean tan frágiles, sino que se enfrentan muy constantemente a situaciones que lleven a la fractura?

Bueno, pues Bogotá, Cali y Barranquilla son ciudades más bien planas, y Medellín es básicamente dos lomas con un río por la mitad.  Así que hay muchas oportunidades de caerse, rodar y quebrarse el trasero, agradeciendo siempre la actuación de la aceleración de la gravedad sobre un plano inclinado.  Yo también pienso que es porque la dieta infantil paisa tiene altos contenidos de aguapanela y bajos contenidos de leche, y bueno, entonces hay poco calcio, y huesos débiles (eso dicen en Discovery y los comerciales de Parmalat).  (Me acordé de esa abominación de tetero de aguapanela y leche y me dio revoltura).

Son un par de hipótesis bastante débiles (y estúpidas), pero es que en serio, Medellín tiene un  cuarto de la población de Bogotá y tiene cuatro veces más clínicas de fracturas.  A mí me da miedo. No sé. Ayúdenme a dilucidar este asunto.