¡Avant Garde! ¡Qué hembra!
Rabinovich, D.
Daniel1
se murió el viernes.
Y como
ferviente afiliada a los ideales del Frente Liberal Estatista Lista Azul, el
partido al que yo pertenezco desde que tengo uso de razón, lloro su pronta
partida.
Daniel me
acompañó en los momentos más difíciles de mi vida. Nunca me abandonó.
Nunca me partió el corazón. Nunca me cambió por otra. Solo me dio felicidad.
Solo con dar
un simple play, Manuel Darío, (sí,
como el poeta, el de las “Rimas de Becket”), lograba espantar las penas de amor
causadas por algún hijo de la mujer de Utah.
Así yo estuviera tan triste como Helmut Bösengeist cuando se acordaba de
su perro, o tan desolada como Francisco “El
Estampado” al pensar acerca del futuro de Italia, Daniel me hacía sonreír.
Le debo
mucho a Daniel. Sobre todo, le debo el
dinero que me ahorré en Prozac, gracias a oír setecientas cuarenta y tres punto
ocho veces sobre Esther Píscore, su lápiz, la cistitis a la que son proclives
los de Piscis, la CMAPCP, la excelente pronunciación rusa del Barón Nikita y la
francesa del cuñado de Jean-Claude Tremend.
Y venir a
morirse, así no más… ¡Jajajá, qué ocurrente, doctor!
Adiós, Daniel. Todos sabemos que no te moriste. Nos vemos en
el hotel Normandie de Miami, donde estarás rodeado del aprecio de los tuyos y
el cariño de las tuyas.
1Existen seres despreciables que
hablan de sus ídolos argentinos confianzudísimamente, y dicen Fito y Charlie
como si fueran vecinos de toda la vida. Pues bien, yo soy un ser despreciable
que habla de Daniel (y de Jorge Luis, mi apreciado cegarruto, pero ese ya es
otro tema).