octubre 26, 2018

Gorda

Parte I

Yo toda la vida me he sentido gorda.

El primer recuerdo que tengo de esa sensación fue más o menos cuando tenía unos seis o siete años y con mis amigas de la primaria decidimos bailar No controles de Las Flans en un acto público. Tenía una pinta muy adecuada para la ocasión: camisa de lycra multicolor, minifalda rosada y "pisahuevos" de flores.  Me daba mucha vergüenza tener las piernas gorditas que se me veían mucho con la minifalda, pero bueno: igual bailé con mucho entusiasmo y de paso le mostré los cucos a toda la Escuela Divino Niño de Aguadas, Caldas, Colombia. Ese evento quedó registrado para la posteridad en la siguiente foto:


♪ ♫ No controles mis vestidos nooo controles mis sentidos ♪ ♫

Yo tuve una infancia feliz, jugué todo lo que quise, tuve muchos amigos y primos, la escuela era lo máximo, yo amaba estar allá.  Pero siempre estaba la sombra pequeñita y maligna en mi mente, que me decía que yo era inadecuada e insuficiente porque las dos Elizas, Natalia y Lyda, mis mejores amigas, eran flacas, y yo, la gorda. Carrotanque o Dobletroque, como me decía un idiota que iba un año más adelante que yo.  No era un bullying permanente, o muy horrible, como los casos que uno lee en internet, pero igual todas esas cosas sembraron la semilla de la autoestima ultrabaja.  En mi mente de niña no era suficiente con que me fuera muy bien estudiando, con que dibujara, con que mis amigas me quisieran, con que mi familia me amara, porque era una gorda. La gorda de la mitad de esta foto:
En el paseo de quinto en 1995.  La "gorda" tapándose con los brazos de las amigas.
Y bueno, pasé al bachillerato y todo siguió más o menos igual.  Me iba bien, tenía amigos y amigas, un bullying no muy hardcore, pero la semilla del odio a mi cuerpo ya estaba instaurada, y ahora, se le añadía la adolescencia.  En la cotidianidad digamos que estaba bien, tranquila, una adolescente en términos generales normal, pero siempre muy "self conscious" como dicen los gringos. Lo que más ansiedad me generaba era cuando cada seis meses el profesor de educación física nos medía y pesaba, y cuando llegaba mi turno encima de la balanza los compañeros se hacían alrededor a fijarse en el número que marcaba y a reírse.  Una bobada poco significativa, un juego pendejo de muchachos, pero que alimentaba la semilla del autoodio que ya venía desde niña y que en la adolesencia se afincaba aún más en mí.


Acá con trece años en Coveñas, cuando conocí el mar :)
Ahora aparte de gorda me sentía la fea más fea del mundo.  O sea, las hermanas de Cenicienta eran unas bebesotas al lado mío.  Gorda, fea, con brackets y con gafas. Y con bozo. Odiaba mi nariz, por redonda y grande y con poros grandes. Odiaba mi oreja izquierda porque es diferente de la derecha y un poco salida, lo que llevó a conocerla como "la oreja parabólica". Odiaba mis cachetes, y mis ojos por ser un poquito caídos, y mis piernas por ser gordas y temblar mientras caminaba. 

Bueno, todo hay que decirlo:  tampoco me ayudaba con esos sacos de Winnie Pooh :S

Y bueno, llegué a los catorce, que creo yo que fue más o menos la época donde mi relación con la comida empezó a ser tensionante. No comía nada en el colegio, y me acuerdo que me preocupaba que la leche que tomábamos en mi casa, que era cruda, fuera muy grasosa (no me preocupaba que no fuera pasteurizada, no:  solo el exceso de calorías). También empecé a creer que nunca jamás en la vida iba a tener novio por fea y por gorda. Y pues qué desgracia, ¿no? No era suficiente con ser una buena persona, una buena estudiante, la mejor estudiante del colegio, con estudiar música, con cumplir siempre el deber, con ser buena, buena, muy buena, porque igual era fea y nadie me iba a querer aparte de mi familia.

El último día de clases en el colegio.  La única ventaja de tener este jumper/maxifalda era que nunca se me iban a ver las rodillas peludas :')
Por fin me gradué.  Estaba absolutamente feliz de salir del colegio, de Aguadas, de irme para otra parte a hacer otras cosas. Me iba a la Universidad, me iba a la Ciudad.  En la ceremonia de graduación, la gente lloraba y lloraba, pero yo no podía ni fingir que no me entristecía. Yo solo estaba feliz de largarme de allá, porque sentía que no pertenecía, que gracias a que siempre he sido muy dócil y tranquilita me logré acomodar a las situaciones y a las cosas, pero nunca realmente sentí que encajé.  Claro, yo creía que el problema era de donde vivía, pero realmente esa inconformidad permanente era conmigo misma.
Aquí, cuando creía que era la fea más fea del mundo, en el 2000. Fea Y2K
El diecisiete de enero fue el día que me vine a vivir a Medellín. Recuerdo muy bien la fecha por dos cosas: la primera, es que estaba cumpliendo años la esposa del tío en cuya casa iba a empezar a vivir, y la segunda, porque una de mis mejores amigas del bachillerato, dio a luz a su hija ese día.  Fue un impacto gigante, porque no sabíamos que estaba en embarazo, o por lo menos yo no lo sabía.  Yo siempre la admiré (todavía) mucho: ella era gorda, y era la persona menos acomplejada del mundo. De esa gente con una personalidad arrolladora, que contagia alegría, muy segura de sí misma, líder natural.  Eso me parecía tan genial! Y yo con ese complejo permanente y pesado, esa sombra maldita de odiarse a uno, y por nada, porque yo miro hacia atrás y no veo esas cosas tan asquerosas que veía, o las veo pero creo que no son asquerosas. Una pérdida de energía y de la vida misma absolutamente inoficiosa y triste.  

Empecé el primer semestre, y justo hubo un paro en la U que duró unos cinco meses.  Los cinco meses de la muerte y destrucción, jajajjajjaja.  Tenía demasiado tiempo libre en una ciudad que conocía muy poco, sin amigos, en la que me daba miedo montar en metro, me daba terror montar en bus, estaba lejos de mis papás, fuera de mi burbuja, donde yo era princesa, reina y emperatriz, me daba miedo de la universidad, de enfrentarme a tantas cosas nuevas sobre las cuales yo no tenía control.  Por eso empiezan los transtornos de conducta alimentaria en mucha gente: por necesidad de control. Yo, a mis quince años, sentía que ya no tenía el control de mi vida, entonces empecé a controlar lo que comía (o más bien, lo que no comía). 


Es bien raro ser anoréxica. La verdad es que uno se siente muy bien cuando es capaz de no comer; es como "soy tan genial que puedo hacer algo que la otra gente no puede, logro vivir dos días a punta de agua y una galleta de soda y soy lo ultramáximo". Pero es una obsesión espantosa, es una cosa espantosa. En serio que no se lo deseo a nadie*.  En enero de ese año pesaba 54 kilos y en julio pesaba 39. Estaba muy mal; recuerdo que siempre tenía frío, y me sentaba al lado del Sembrador de Estrellas para recibir sol y calentarme un poquito. Se me empezó a caer el pelo de la cabeza, pero en el resto del cuerpo me salió un lanugo horrible que da cuando uno está desnutrido. Me dio una cosa que es mala, pero no tan mala como su nombre: amenorrea. Sin embargo, los efectos físicos no eran nada al lado del transtorno psicológico. Es estar 24/7 pensando en qué no comer, en gramos, en kilos, en carbohidratos, en azúcares, porciones, en tablas nutricionales, en kilocalorías.  Mis cuadernos y notas de esa época están todos llenos de cuentas de calorías; me acuerdo que me sentía muy bien cuando eran menos de 700 Kcal al día. 


No solo no comía, sino que además iba todos los días al gimnasio y caminaba mucho.  Era tanta la obsesión por perder cualquier gramo de peso, que recuerdo que mientras esperaba el metro, caminaba por toda la plataforma de un lado a otro, para gastar cualquier caloría.  También recuerdo que así tuviera frío, me quitaba el buso para temblar un poco porque pensaba que ese movimiento podía quemar calorías.  

Yo no sé cómo vivía mi familia todo eso, porque no lo recuerdo: estaba demasiado ocupada leyendo las tablas de nutrición de todo lo que comía y restringiendo porciones y contando gramos.  Solo sé que Patri me salvó la vida: justo por esos días salió en el periódico un artículo sobre un equipo multidisciplinario de la UdeA que trataba transtornos de la conducta alimentaria como anorexia y bulimia, y seguramente describían de qué se trataban estos transtornos, y probablemente Patri se dio cuenta de que yo tenía toda la pinta de tener algo de eso. Entonces le dijo a mis papás que me llevaran. 

La primera cita fue con un internista, que hizo todo el diagnóstico físico. Se me habían debilitado los huesos, tenía las hormonas descontroladas completamente, y encima, el colesterol alto. Uno sin comer y con el colesterol alto. Siempre es que la vida es muy injusta.

Luego, empecé la terapia con Lucrecia, la psiquiatra. Doy gracias infinitas a la vida por haber tenido una familia con la disposición y los recursos para llevarme donde ella. 
Yo siento que esa terapia realmente me cambió la vida. Ahora, que puedo ver las cosas un poco más en perspectiva, agradezco que me haya pasado todo eso, porque ese camino un poquito espinoso fue el que me hizo lo que soy ahora. En esa terapia aprendí, o mejor, reconocí, que soy falible, que soy imperfecta, que puedo llorar, que puedo sentir, y sentir mucho, y que si me caigo n veces, me levanto n+1 veces, a lo Maya Angelou. Que todo eso que me estaba pasando respondía a una serie de factores personales, pero también al sistema en el que vivía. Ahí me volví, además, feminista, aunque no sabía que lo era, porque en esa época pensaba que ser feminista era algo malo.

Es importante el punto de la falibilidad, de no ser perfecta.  La gente a veces cree que un anoréxico simplemente quiere ser flaco y verse bonito como las personitas de las revistas, pero es un poquito más complicado que eso: realmente, o por lo menos en mi caso, se trataba de satisfacer una necesidad de control restringiendo la ingesta de comida, y de sentirme orgullosa de mí misma por ser capaz de no comer, por ser capaz de adelgazar, por ser capaz de cumplir, de lograr, de ponerme unas metas y alcanzarlas, de un montón de cosas que son consideradas buenas, pero que en lo que me estaba pasando tenían un matiz un poquito más sombrío. Estaba orgullosa de estar alcanzando una idea de perfección que yo tenía y que incluía ser flaca y en control. 

Hace poco leí este artículo que se llama "Enseñémosle a nuestras chicas a ser valientes, no perfectas". Tiene un párrafo que quiero poner acá:

"A la mayoría de chicas se les enseña a evitar las fallas y los riesgos. A ser lindas y sonreír, a no correr riesgos, a sacar todas las notas excelentes.  De otro lado, a los chicos se les enseña a jugar brusco, a columpiarse alto, a escalar hasta lo más alto y desde allí saltar de cabeza.  Cuando son adultos, ya sea negociando un ascenso o invitando a alguien a salir, los hombres ya están habituados a tomar riesgos, y esto se les recompensa.  En otras palabras, estamos criando a nuestras chicas para ser perfectas y nuestros chicos para ser valientes".

Y miren que la perfección tiene todo que ver con los  trastornos de la conducta alimentaria. Así que probablemente por eso es que estas enfermedades afectan más a las mujeres que a los hombres. Sí he conocido hombres con anorexibulimia, y cuentan con esa característica de alta autoexigencia que ya he comentado.

Bueno, después de toda esta carreta la conclusión es que vayan  a terapia cuando la necesiten, que ir a terapia no es de locos, y que estar loco no es tan malo. También que embarrarla es importante y hay que aprender que la vida está llena de errores, y eso es normal y está bien.

Duré como año y medio más en tratamiento, con terapia, poco Platón y mucho Prozac. Cuando estaba en tercer semestre de la U, se me descuadró la dosis que estaba tomando y parecía sacada de The Walking Dead:  me empezó a ir muy mal en la Universidad, vivía muy elevada (normalmente estoy en la Luna pero en esa época estaba en Alfa Centauri) y como anestesiada de la vida para lo bueno. Me cuadré de nuevo y empecé a poder dejar el Prozac.  Mis papás compraron un apartamento y me fui a vivir sola ahí. Me acuerdo que fue el tres de marzo de 2003 cuando dije: parce, me alivié.  Ya estuvo, ya fue, esto ya fue, esto ya es del pasado.  

Y así empezó la segunda etapa de mi vida, que les contaré en otro post porque este ya está muy largo y llevo muchos días escribiéndolo y me cansé.  Seguramente me cansé por gorda, porque como tengo sobrepeso me canso mucho en la silla y como en general en la vida.

Continuará...

*Se exceptúan expresidentes. La mala para todos.




4 comentarios:

  1. Excelente relato marunaka, gran testimonio, muy valioso. Nunca te vi gorda, siempre te he vidto como una nena super inteligente, muy ocurrente y con gran chispa. Abrazos parcera.

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  2. Buen post, creo que es bueno compartir este tipo de historias y contar como se sale adelante.

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  3. Ana, yo estudie contigo y te admiraba. Y ahora mas. Un abrazo

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  4. Qué curioso, en aquellos años de secundaria yo pensaba tu forma de ser se debía a que los demás no eramos dignos de tu amistad, a que te sabías mejor que el resto, a que por todos tus logros académicos eras un poco 'creída' y cosas por ese estilo. (Esa teoría habla por supuesto de mis inseguridades, no de que en verdad fueras así), hace mucho no pensaba en esa época, me hiciste recordar y creo que la mayoría tuvimos o tenemos nuestra oscuridad y esa nubecita lluviosa perenne sobre nuestras cabezas que solo en el fuero interno podemos admitir. Bien por ti que no dejaste que eso determinara tu vida.

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gritos vagabundos