marzo 26, 2020

Álvara

Estamos en el año 2020, que en el calendario chino, por supuesto, es el año del murciélago

La fecha: 26 de marzo.  El día: jueves.  La ubicación: el edificio de balcones redondos, aledaño al costado occidental de la iglesia que llamaremos "Santísima Piedra Preciosa".

Eran las 6 de la tarde, y salí de mi apartamento, que queda en el quinto y último piso del edificio en que vivo, para recibir dos pedidos a domicilio que había hecho:  uno a la tienda y otro a la farmacia. 

Primero recibí el pedido de la farmacia: unas pastillas que me recetó la psiquiatra para la ansiedad, alborotada bastante por estos días*. Me quedé esperando en el primer piso, hasta que llegó el pedido de la tienda: huevos, que están escasísimos por estos días; crema de leche, cuajada, y otras cosas cero veganas que no mencionaré para que Greta no me jale las patas por la noche.


Empecé a subir los sesenta y cuatro escalones que separan el piso en el que estaba de la puerta de mi casa. Iba en el escalón número cincuenta y seis, saqué las llaves y estaba pensando en todo el protocolo de desinfección anti COVID-19 que debería disponerme a hacer, cuando miré hacia la entrada del apartamento y vi una cola moverse y luego a su dueña entera, una rata grande, peluda, gorda, tenebrosa, caminando entre la puerta de don José y la nuestra, seguramente buscando comida porque debe haber muy poca en la calle y en los negocios por todo esto de la cuarentena. A esta rata la llamaremos Álvara.

Casi casi me muero ahí en ese preciso instante.  Me asusté mucho, llamé a mi esposo que estaba dentro del apartamento para informarle la situación y buscando soporte emocional, él le empezó a dar golpes a la puerta a ver si la rata se asustaba, pero fui yo quien se asustó y salí corriendo por las escaleras hacia el primer piso. 


A ver, hay que aclarar varios puntos:

1. Yo trabajo con alcantarillados; si abro la tapa de una cámara de inspección, pues espero encontrarme hasta al maestro Splinter, y no tengo problema con eso, porque yo ya sé que las ratas van a estar ahí, no me sorprende que aparezcan y estoy preparada.
2. Pasé muchas noches de sábado y domingo de mi vida en el Parque del Poblado, por lo cual también estoy familiarizada con estos roedores mutantes.
3. Estudié siete años en la UdeA, me tocó muchas veces ver ratas gordas gigantes corriendo por Barranquilla o en general por cualquier parte del alma mater.

Sin embargo, uno no espera llegar a su apartamento en un quinto piso, y ver una rata gigante en la puerta. 

En fin, mi esposo me siguió hablando por teléfono, que estuviera tranquila, que me iba a tirar las botas pantaneras por el balcón para que me las pusiera (porque yo estaba de chanclas) y así Álvara la rata no me ruñera los deditos de los pies y no me pegara la peste bubónica. Me lanzó las botas, sonó durísimo, las recogí, salió la vecina del primer piso a ver qué había sido el ruido, le conté de la rata, de las botas, con risa nerviosa, y muy valientemente subí con mis paquetes a enfrentarme a Alvarita para poder entrar a mi casa.

En la entrada estaba mi esposo con una escoba y un cepillo de piso, para sacar a Alvi por si intentaba ingresar a la casa cuando abrieran la puerta. Detrás de él estaba mi hijo, con botas pantaneras también.  Yo invoqué el espíritu de Caterine Ibargüen para que me diera fuerza y agilidad para saltar mucho y entrar a la casa, y finalmente lo logré.  Entré.  Yo estaba viva.  Desafortunadamente para mí pero afortunadamente para la comunidad animalista, la rata también.

Hice el protocolo de quitada de ropa virusienta, ultralavado  de manos, desinfectada de todo lo que había tocado.  Empecé a desempacar lo que había comprado, cuando me di cuenta de que había dejado las pastillas en el primer piso.  O sea, las pastillas para la ansiedad.  ¿En qué momento estas pastillas son más necesarias que después de haber sido prácticamente mordido y pestenegriado por una rata miedosa?

Así que con mi esposo, Giorgio, decidimos bajar por las pastillas. El hijo se quedó en el apartamento, protegido, con sus botas.  Giorgio tenía la escoba, yo el cepillo de piso.  La rata estaba en el escalón número 56, desde donde minutos antes yo con terror la había observado.  Le tiramos a los lados unos ladrillitos pequeños de esos como de maqueta, que era lo que teníamos a mano,  para ver si se movía, y pues casi que no se mueve, porque parece que Alvarita no tiene lo que llaman temor de Dios.  Al fin se movió y salió corriendo hacia abajo.  Giorgio y yo continuábamos nuestro descenso por las escaleras, lentamente, con mucha precaución, y con una dificultad adicional: los bombillos de mi edificio son de esos que solo se prenden cuando uno pasa cerquita de ellos, entonces teníamos que hacer acrobacias para poder hacer que se encendieran de manera que fuera seguro para nosotros y no tener un encuentro sorpresivo con Alvaringa.  Es de anotar que, afortunadamente para nosotros y para ella, no nos volvimos a encontrar.

Llegamos al primer piso, corrí hasta donde supuse que había dejado las pastillas, las recogí, subimos muy rápidamente, cerramos la casa, yo me bañé, y posteriormente le escrituré la casa a la rata. Bueno, mentiras, eso no, pero sí echamos cloro en la entrada como por echar alguna cosa, le avisamos a la administradora de la existencia de Alvary, se asustó mucho ella también, y pues ya, ahí vamos, viendo cómo nos adaptamos a vivir con Alvarita la nueva integrante del edificio, creo que hasta se va a postular para el comité de convivencia y todo.


Fin



*Tener ansiedad, depresión, cualquier enfermedad de la mente, es algo normal.  Como dice Ana María Mesa en esta preciosa entrada de su blog, "qué necesario decir, repetir e insistir en que estas cosas son completamente normales, frecuentes, tratables y que uno no es solamente ese diagnóstico".
"estas enfermedades significan, más que todo, un cambio en el estilo de vida: no mezclarle trago o drogas, dormir por lo menos ocho horas, alimentarse bien, hacer ejercicio, meditar, tratar de estar aquietado. Es decir, lo mismo que le mandan a un infartado. Lo mismo que le mandan a un diabético. Lo mismo que los médicos le recomiendan a cualquiera, porque el estilo de vida influye tremendamente sobre todas esas cosas. ¿Si ven? Como tantas cosas. Muy normal".

4 comentarios:

  1. ¿¡En qué lodazal vivís, que hay botas pantaneras para todos!? Me divertí leyendo tu crónica. ¡Un saludo cuarentenudo, pero sin abrazo ni pico porque no se puede!

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  2. Buenísima la historia, o sea pues que están conviviendo con una rata... Los noto muy calmados con la rata detrás de la puerta... Y Ana, sí, el que no tenga ansiedad por estos días, ese sí es más raro. Gracias. ❤️

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gritos vagabundos