abril 01, 2021

Leila


♪ ♫ Leila, cuándo vas a volver? Ven hoy ♪ ♫

Miami Horror


Hace ocho días llegó Leila a la casa, metida dentro de una cajita de madera, casi sin plumas y con un hambre voraz.  Los pajaritos bebés son todos feítos (como casi todos los bebés, pero incluso más feos), pero a mí no me importó: yo la veía preciosa, tan pequeñita, tan vehemente para reclamar su alimento.  Sesenta gramos de psitacidad, elegancia y aerodinamia. 

Pero ayer se murió.  De un mes de edad, Leila la cacatúa se murió.  Un arranque kinestésico de alguien, la aplastó. Y minutos después, ella se murió.

Es raro: yo, a mis treinta y cinco años, nunca había visto a nada morirse. O sea, como en el momento mismo en que deja de existir la vida y se pasa al estado "muerte".  Nunca.  Sí se me han muerto seres amados, pero nunca había visto a la vida irse de un cuerpo. Definitivamente soy una persona muy afortunada para experimentar esto apenas a tan avanzada edad.

Me pareció muy duro ver la fragilidad de mi animalita, su incapacidad de mover su ala izquierda, sus pequeños graznidos secos, muy distintos a todos los que le había oído.  Su desesperación, sus ganas de seguir acá en este mundo, su dolor. Su cuellito débil, su pico tratándose de abrir lo máximo posible para que entrara aire.  Pero ella no pudo vivir más.  Ella me permitió ser testigo de cómo su vida se iba desvaneciendo, se iba apagando, se iba yendo. Hasta que cerró sus ojitos y se murió. Intentamos revivirte, pero no pudimos, porque ya no había nada que hacer. Quedó solo tu pequeño cuerpo plumudo, y la vida que lo acompañaba ya no estaba más.  A pesar de todo lo que lloramos todavía siento un taco gigante en mi garganta, un taco que no he podido sacarme desde ayer.

Mi pajarita, mi halconcita, mi pterodáctila: lo siento muchísimo.  Lo siento, sobre todo porque siempre uno vuelve estas cosas acerca de uno mismo:  MI sentimiento de culpa, MI sinsabor por no haber hecho todo lo que debí haber hecho, MI sensación de que no te cuidé lo suficiente, MI decepción de mi misma, MI vergüenza ante los demás por no haberte podido proteger mejor. Qué egoístas somos, o por lo menos, qué egoísta soy yo.  Perdóname, Leila. Perdóname por favor.

Espero que el árbol al lado del que quedaste enterrada, tome todos, todos, todos, toditos tus nutrientes. Deseo que con ellos produzca unas hermosas y fuertes ramas, donde se puedan posar muchos pajaritos, tan preciosos como tú. 

Gracias por haber existido.





1 comentario:

gritos vagabundos