noviembre 01, 2011

Talento humano

Esta es la primera colaboración a mi blog, por el buenazo de Norman.  Y dice así:



“Es administrador de empresas” dijo Johana la otra vez en el almuerzo. Fue de esas situaciones en las que al empleador le da por hacernos sentir mejor llevándonos a algún sitio a dónde él va casi todos los días a comer. En ese día escuché decirle eso a sus dos amigas sin esforzarme por el chisme mientras cortaban pedazos pequeñitos de carne y los dejaban al lado de la ensalada. Ellas ponían mucha atención y yo me daba cuenta como volteaba los ojos describiendo las características que le gustan del tipo. Johana es delgada, con una cara redonda que esconde detrás de incontables combinaciones de sombras y rubores, caros, eso sí, y una nariz chata y gordita que trata de disimular con otras cosas en su vestuario. Es bonita porque se lo propone: entre sus iluminaciones en el cabello y la alisada del mismo como los pantalones ajustados siempre y la blusa que deja ver el volumen de sus tetas sin usar escote para no decepcionar a la gente, porque el engaño, la ilusión hay que saber administrarla.

Mauricio tiene una mirada que parece le hubieran heredado los zorros y, como ellos, la nariz puntiaguda y la picardía que hace reír mucho a las mujeres. A veces se pasa y divaga sobre el sabor de las areolas de María frente a ella, o comenta el tamaño de sus genitales cuando ve a  alguna mujer que considere accesible, lo que en su mente es un grupo bastante grande de gente. Casi todo el piso. Mauricio habla la mayoría del tiempo de fútbol y escucha siempre regaeton. Trata de hacerme conversación con la alineación de cualquier equipo que no tengo en la cabeza y luego celebra como suyos los goles que canta la radio. El puño en alto, la sonrisa que tiene como tatuada en la cara, la soberbia que irradia sin tener que mediar palabras.

Hace unos días comenzaron a hablar, por un amigo en común que no es tanto amigo sino conocido por el trato y por los niveles de socialización de nuestras áreas, solamente un cargo ejecutivo que puede cumplir cualquier persona a la que, ahora, le exigen también ser agradable y afable para dejarse tratar. Daniel los relacionó y desde ese día Mauricio trata de hablar con ella aplicando las tácticas que le ha enseñado la vida para desvestir mujeres ignorando, tal vez, que lo mejor no es quitar la ropa sino saberlo hacer.

Mauricio, Mao, como le dice ella luego de una semana, la hace reír y le toma la cintura cuando la saluda con un beso marcándolo fuertemente en sus mejillas donde luego se ve el daño que hace tanta fuerza a la armadura que Johanna se aplica pacientemente por la mañana y que luego, a medio día, va al baño a renovar. La mano suya, la de él, siempre busca las de ella cuando habla, y cuando caminan juntos la posa en ese límite de  la cadera con la nalga que va borrando con la punta de los dedos. Johana, decente, querida, le quita suavemente la mano de su cintura cogiéndolo de la chaqueta con dos dedos, como quién retira un trapo húmedo  mientras él abre la mano pensando si agarrarle el culo o metérsela en su propio bolsillo. Da unos pasos con la duda en el aire sin que ella se lo imagine.

La otra vez, en el almuerzo, Mauricio le decía a Daniel que la tenía “de un pelo”. Que “ya casi, eso toca es con mañita porque es toda refinada” y se reían como si los zorros y las hienas fueran grandes amigos.  Mauricio no es administrador de empresas, pero no se lo han dicho.

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gritos vagabundos